sábado, 11 de abril de 2020

ANTONIO, MI QUERIDO PROFESOR


Siempre he querido ser como tú.
Ahora me he dado cuenta.
Cuando siento un profundo dolor por tu partida.
Una partida anunciada y significativa.
Porque te has ido el mismo día que se fue Él.
No es el discípulo menos que su Maestro y hasta en eso fuiste capaz de emularle. Seguiste sus pasos incluso al pie del sepulcro.
Querido Maestro. Maestro bueno que sembraste en mi corazón anhelos de eternidad.
Recuerdo aquellas clases de Religión en séptimo y octavo de EGB. Cuando trazabas el mapa de Palestina en el encerado. La tiza se deslizaba segura sobre el verde espacio dibujando esperanzas acompasadas con el ritmo timbrado de tu voz serena y firme. Nunca olvidaré aquella clase en la que nos contaste él misterioso modo en que aquel pastor encontró los legajos escondidos en la cueva de Qumrán. El primer evangelio. Y cuando relatabas  el modo cercano en que Jesús trataba a su Padre al que llamaba abba,  como los niños llamaban de pequeñines a sus padres “papaíto”.
¡Cuántas veces intento emularte siendo con mis alumnos como tú eras en clase!, hablando con la misma autoridad. Pero confieso como dijo el Bautista a los pies de su Señor, que no soy digna de descalzarte el cordón de los zapatos. Porque tú eras un sabio Antonio. Cuando hablabas tus palabras dibujaban escenarios y horizontes de esperanza. Hablabas un lenguaje cercano a la par que erudito, escucharte era siempre acercarse al infinito, trazabas un Dios cercano, un Jesús humano como siempre te gustaba decir “leyendo los signos de los tiempos”. Y ese peculiar sentido del humor en las Semanas de Pastoral cuando bromeabas diciendo aquello de que “la iglesia y la tecnología siempre andan a la gresca” .
León pierde un heraldo, un sabio, un hombre bueno. Comunicador infatigable, compañero de programa. A menudo , los viernes, después del programa de COPE, hablábamos  José María Martínez y yo de la evolución de tu enfermedad.  Él también sentirá un dolor como el mío, quizá mayor. Estabais a diario codo con codo en el Obispado.
Sin duda eres el mejor profesor que tuve nunca porque no transmitías conocimientos sino vida. Conjugabas el verbo trazando siempre el paraíso. Ese mismo al que te estarás dirigiendo ahora, a pocas horas de la vigilia Pascual.
Gracias maestro Antonio, me quedo con esos inmensos ojos azules del color del mar de Galilea, aquel en el que faenaba el pescador de hombres que un día te dijo “Ven y sígueme”. Ahí está a la otra orilla esperando a que llegues pronto. Este año ya no predicarás camino de Emaús porque te fuiste con el mismo que aseguró al buen ladrón: “te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Profe, acuérdate de mí cuando hoy entres en el Reino de los cielos.
Te quiero, profe. Ojalá hubiera podido decírtelo. Gracias por transmitirme la fe y por aquellas eucaristías que nos sabían a gloria. En las que nunca se aburría nadie.
Quisiera haberte escrito con retórica cuidada, digna de tu altura. Una hermosa elegía.  Pero  no tengo fuerzas, la pena me acongoja en medio de toda esta tristeza que nos rodea.
Tu no querrías que tú alumna llorara...significaría no haber asimilado tus enseñanzas.
Pero el dolor es tan libre...

PD. Gracias también por decirle aquel día a aquella gente que siempre quisiste tener una hija como yo. De alguna manera también fuiste un poco mi padre. Si  soy profesora de Religión en parte se debe a ti. Que Dios te acoja en su regazo y te premie por todo lo bueno que hiciste que fue mucho. Puedo dar testimonio de ello.

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