Tenían un halo misterioso e inesperado que le daba a la carretera un toque de novela gótica.
Eso de que repente se ensombreciera el ambiente y quedáramos atrapados por una sobrecogedora oscuridad. Aquella solo violentada por las inoportunas luces de cruce de los vehículos kamikaces que turbaban la perturbadora penumbra.
Surgían tinieblas asfaltadas que me sobrecogían a la par que producían un efecto hipnótico que no podría explicar. Incitan a la velocidad, aun cuando esta se halle restringida.
Con el tiempo hube de reconsiderar tan lunáticas consideraciones. Lloraban cuando entrábamos en un túnel. Yo les decía que cantaran conmigo una canción de esas simplonas que los padres inventamos en momentos límites cuando el resto de recursos resultan inútiles. Empezábamos bajito canturreando “ de nochones, de nochones, de nochones...” y seguíamos repitiendo la misma expresión hasta que vislumbrábamos en lontananza los tímidos reflejos de una luz segura. Era entonces cuando aliviados exclamábamos ¡de díaaaaaaa!
Hoy descubrí una canción de Andrew Lloyd Webber, el genio de los musicales.
Forma parte del musical Starlight Express , calificada en su día con la obra de teatro más peligrosa del mundo ya que los actores deben actuar y cantar mientras patinan a casi 60 km/h. Las carreras, choques y piruetas ocurren en tiempo real por lo que los intérpretes sufren continuas lesiones durante las actuaciones. Interpretan una canción rítmica y animada que hubiera podido cantarles a mis hijas durante aquellos largos túneles.
Como el que estamos atravesando ahora mismo y del que vislumbramos, aunque no sabemos cuándo, la luz.
Como el que estamos atravesando ahora mismo y del que vislumbramos, aunque no sabemos cuándo, la luz.
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