Corría el año de 1816. Aquel del que dicen fue anuario sin verano por el impenitente frío que asolaba cosechas y propiciaba hambrunas. El viejo continente intentaba recuperarse de las cruentas guerras napoleónicas. Los disturbios políticos, las guerras y las dificultades económicas también sangraban y traumatizaban al pueblo austriaco. En la sacristía De la Iglesia de San Nicolás situada en Obendorf, a unos 20 kms al norte de Salzburgo, patria de Mozart y Haydn el joven sacerdote de origen muy humilde Joseph Mohr intentaba con su aliento calentar la tinta semicongelada que daría vida a su pluma. Se había empeñado en componer un poema al que alguien pondría música. Quería crear una canción de cuna semejante a la que sonaría en la cueva de Belén de labios de María. Imaginaba a la íntima pareja Sagrada vigilando el sueño del pequeño príncipe de La Paz. Joseph deseaba al mismo tiempo que su creación infundiera esperanza a todos los que la escucharan en medio de cualquier sufrimiento ensalzando el poder redentor de un Dios hecho hombre y encarnado en la pequeña humanidad de un niño indefenso. Para hacerlo accesible a un mayor número de personas decidió escribirlo en alemán pese a las rivalidades entre ambas naciones.
Una vez conseguido su propósito pidió a su amigo Franz Gruber, el maestro y organista de la parroquia, que arropará musicalmente el poema. Fue en la misa de gallo de 1818 cuando los feligreses se vieron sorprendidos por aquella melodía titulada stillenagt, noche de paz que parecía celestial.
Enseguida el villancico comenzó a extenderse sobre todo a través de las familias tirolesas de vendedores ambulantes que lo incorporaron a su repertorio sonoro dándolo a conocer en ferias y actuaciones por Europa.
A lo largo de toda su historia el villancico fue promotor de paz como aquella Noche buena de 1914 en que los soldados alemanes y británicos decidieron parar la confrontación en plena I Guerra Mundial colocando al frente de sus trincheras pequeños árboles de Navidad en señal de tregua mientras entonaban la célebre canción. La guerra continuaría pero el episodio pasó a la posteridad como milagro de hermandad.
Hoy, después de 200 años, se ha convertido en Patrimonio Común de la Humanidad e himno universal de La Paz. Cientos de millones de personas cantan esta canción en más de 300 idiomas y dialectos en todo el mundo. Austria recuerda este aniversario numerosos eventos. Y nosotros seguimos sintiéndonos transportados cada vez que su melodía perfuma nuestros oídos dejándonos sumidos en una paz celestial.