sábado, 1 de diciembre de 2018

MUJER, ¿NADIE TE HA CONDENADO?


   Mientras gritaban a sus espaldas intentó recitar alguno de los salmos que le había escuchado a su padre durante algún sabbat.
Solo le pedía a Yahve  que el sufrimiento terminara pronto. La dolía el cuerpo de las patadas que le habían propinado.
   El griterío era ensordecedor. Aquellos hombres sólo querían su muerte. Ser adúltera era uno de los peores pecados según su ley.
   De pronto cesaron los empujones e insultos.  Y se vio colocada en medio de la muchedumbre.
   Enfrente de ella había un hombre distinto. Debía ser  aquel galileo del que tanto había oído hablar en casa. Su padre decía que era un blasfemo al que acabarían cerrando la boca, su madre callaba porque siempre asentía ante lo que su marido decía.
   El galileo permanecía sentado haciendo dibujos en la arena mientras uno de los  acusadores  de la mujer se había adelantado para hablar con el. Algo le dijo que su destino se hallaba en manos de aquel hombre.
   Ella tenía  miedo, y mucho frío. Estaba semidesnuda, apaleada, repleta de insultos. Apenas podía caminar y solo esperaba que las piedras la golpearan lo suficientemente fuerte para que su martirio terminara lo antes posible.
   Entonces el galileo la miró. Sus profundos ojos destilaban una paz infinita. Tenían fuerza, pero también una serenidad que sosegaba. Su hablar  era dulce  y pausado, con la autoridad de un gran maestro de la ley.

   Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra

   Y entonces comenzaron a marcharse, primero los más ancianos seguidos de los más jóvenes hasta que ni uno solo quedó en la plaza.
   Y su salvador le preguntó dónde se habían quedado los que querían ejecutarla.

   Mujer, ¿Dónde están?¿Nadie te ha condenado?

   Ninguno Señor. 

   Tampoco yo  te condeno. Vete , y desde ahora no peques más.

   La mujer se marchó renovada. Jesús , además de haberla salvado, le había recordado su  dignidad humana abriéndole, de par en par, las puertas hacia la eternidad.

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