Gracias por elegirlo en el resumen del día como columna destacada.
Belleza. Quiero captarte en esos instantes para apropiarme de un poco de eternidad...
En Belén tocan a fuego.
La semana pasada escuchábamos en este programa la emotiva entrevista que José María hizo en este programa a Michel Banura, cristiano residente en Belén, al que tuvimos la ocasión de escuchar rezando el Padre Nuestro en lengua árabe. Nuestro hermano en la fe nos rogaba que no les olvidásemos, que era necesario que en la pequeña localidad Cisjordana que vio nacer al Salvador del Mundo era necesario que siguieran residiendo cristianos que dieran testimonio de su presencia. Michel nos contaba que reside muy cerca del Campo de los pastores, el mismo el que dentro de unos días evocaremos para recordar el acontecimiento que cambió en mundo. Un Belen donde no ha cesado el fuego porque vive sumido en medio de una guerra sin sentido, si es que alguna guerra lo tiene.
Pedimos estos días por ellos para que las campanas de Belén toquen a fuego, pero no del que destruye sino del que como dice el villancico” En Belén tocan a fuego. Del portal salen las llamas, porque dicen que ha nacido el rédentor de las almas. El Niño de Belén, príncipe de La Paz.
Oremos por nuestros hermanos y hermanas, los cristianos de Belén en esta Santa Navidad que ya llega…
Niña gitana chula que llegaste al amanecer de este sitio con ojos de luna recién estrenada. Mirar de niña y sonrisa inocente, de las que embruja a los duendes que se esconden en las chimeneas.
Tu carta a los Reyes Magos olía a canela y a hierbabuena, a aceituna verde, a capullo de rosa temprana. Los días transcurrieron y el pupitre fue el mismo, los compañeros otros, y tras los días, manos de hombre en tu cintura, garras de doble filo entre tus piernas de ébano desenfocado y un montón de billetes prostituyen tus pupilas, regalos de veneno verde que te colman de penas negras.
Niños de otros, lavadoras incesantes que tendías al viento. Y fogones con ollas bien abastecidas de carrilleras hasta los bordes, llenas de mordiscos y sal de la que no baila.
Y en el parque paseas con tu hermanito de la mano, soñando que una criatura sujeta la mano de otra, la tuya, criatura nacida de vientre virgen…que así debías de quererte antaño, hasta que vinieron con sus ideas preconcebidas a robarte la Libertad.
Y llegó el momento de escribir otra carta a los Reyes Magos. Luna blanca. ¿Qué quieres que les pidamos?
Y tú suspiras entre miradas bajas envueltas en niebla: “Queridos Reyes magos, quiero que me dejéis en paz”
Santa Lucía
Santa Lucía, fue una mártir que nació en el siglo III, en Sicilia y que renunció al matrimonio y a las riquezas, viviendo una vida de entrega a los pobres y
enfrentándose con valentía al martirio, habitual en un imperio que temía ver temblar sus cimientos, como así fue, e causa del cristianismo. Gracias a su sacrificio, Lucía trascendió el tiempo, y llegó a convertirse en la patrona de los ciegos, de quienes buscan no solo la luz física, sino la claridad del alma.
La música, como la fe, ha sido un refugio donde su legado ha brillado. La barcarola napolitana “Santa Lucía”, interpretada por el incomparable Luciano Pavarotti, resuena como un himno inmortal. La canción es un clásico que celebra la calma y la belleza de una noche en el mar, mientras evoca la serenidad del barrio de Santa Lucia, en Nápoles.
Pero no es la única melodía que lleva su nombre; Miguel Ríos, con su balada de “Santa Lucía”, nos canta al amor perdido, a los ojos que alguna vez iluminaron la vida. En este homenaje terrenal, Lucía se convierte en la metáfora del deseo y la añoranza, recordándonos que en la búsqueda de lo perdido siempre hay un destello de esperanzay una chispa de alegría, como la que celebraremos este domingo gaudete.
Santa Lucía, mártir y musa que late en las notas de Pavarotti, en la melancolía de Miguel Ríos y ha sido y es el nombre por el que llamamos a muchas mujeres a las que hoy felicitamos en esta onomástica luminosa que el calendario nos regala a las puertas de la Navidad.
Vos no sabés nada de mi…
ni por qué respiro,
ni por qué sueño,
ni por qué tiemblo,
cuando no hace frío
ni calor,
solo el rocío nocturno
de la ausencia perpetua.
No soy digna de ti.
ni de nadie.
Como el Bautista
con la correa del zapato del maestro.
Quemándole entre las manos.
Pequeña y mezquina,
gusano de manzana podrida
que emponzoña
y revienta corazones
tiernos.
Irrumpí e hice noche
que se enredó en su pelo.
Que se quede ahí
y que lo corten.
Cuando crezca
y tengan que suturar
una de las tres heridas,
que no es la de la vida
ni la de la muerte.
No soy digna de su Amor.
Ni de su perdón.
El viento entreteje sus dunas
entre las caderas del tiempo
el sol se apoya sobre sus pliegues
escondiéndose entre la arena muda.
Inspirada en esta obra de Ai Wei Wei hecha de cascos alemanes de la II Guerra Mundial y expuesta en el MUSAC de León.
Mírales, desarraigados,
expuestos a la intemperie
desolada del viento
violento que los empujó
por mares tibios.
A través de los vientos de guerra
de las nubes de gas
de un mina latente
que silba en Siria.
Tienen el color
parduzco del mestizaje
impuesto.
Reciben la palmada
de la ignominia y el rechazo,
de los proscritos que danzan y maldicen
y de los poderosos que insultan
con la mirada altiva del que se encuentra
encima, encima de su desdicha.
Apilados uno junto al otro
mimetizados frente a las hileras
de soldados sicarios.
Esos cascos verdes como
trigo obsceno que mancilla el suelo.
Como cucarachas que no se extinguen.
Yo quiero ser ese.
El casco boca arriba,
Casco cuenco
que es pozo
de resistencia frente al resto.
Que recoge el agua de las lágrimas
que otros vierten:
Las de los niños abortados,
las de las niñas ultrajadas,
las de la familia pisoteada,
las de los jóvenes torturados,
las de los refugiados ninguneados,
las de Yamen y Mohamad,
las de Yelizabeta y Denissa.
Y las mías por esa sensación
de inutilidad.
Ya no lloran
porque la vida empuja.
Como empujo estos pobres versos
que son hojas que revolotean
a ras del suelo.
Como el polvo de los caminos
que vosotros traéis revoloteando,
como enjambres mudos
que sobrevuelan esos vientos de guerra.
Dejad ese casco en el suelo.
Por favor, que nadie derrame el agua de lágrima
muda que se coló en su interior herido.
Los padres marroquís son muy duros con sus hijas, profe.
Bajaba la mirada, avergonzada por no saber que más añadir a su mirada velada.
Estudia, prepara tu futuro. Trabaja por tu libertad.
Al día siguiente, alguien me tocó por detrás. Y al girar vi en el rellano de la escalera su larga melena azulada brillando bajo unos rayos del sol que, cómplices, habían hecho nido en su pelo. No se la había visto nunca, negra y sedosa, cubierta hasta entonces bajo una prisión de tela.
Alma me hizo un gesto de complicidad con su mano abierta. Tenía una bandera con su corazón ondeando sobre su cabeza. Y la libertad sonriendo entre sus labios.
El piropo más bonito que le dijeron a aquella violeta, vino de labios del conserje de un instituto.
“Hueles a patio de Córdoba”
Y a la violeta se le quedó cara de Primavera para el resto del día.