domingo, 24 de febrero de 2013

ESTE EL PAPA QUE YO CONOCI


BXVI: el hombre de las paradojas
Peter Seewald. Biógrafo de Benedicto XVI.
Religión en Libertad, 19 de febrero de 2013.   

Su audición se había resentido; por el ojo izquierdo ya no veía bien; el cuerpo encorvado. No parecía enfermo, pero el cansancio se había apoderado de toda su persona, cuerpo y alma, ya no se podía ignorar.                               

Nuestro último encuentro se remonta a hace unas diez semanas. El Papa me recibió en el Palacio Apostólico para continuar con nuestros coloquios orientados a trabajar sobre su biografía. Su audición se había resentido; por el ojo izquierdo ya no veía bien; el cuerpo encorvado. Se le veía muy delicado, aún más amable y humilde, y totalmente reservado. No parecía enfermo, pero el cansancio se había apoderado de toda su persona, cuerpo y alma, ya no se podía ignorar.


Hablamos de cuando desertó del ejército de Hitler, de su relación con sus padres, de los discos con los que aprendía idiomas, de los años fundamentales en el «Mons doctus», en Frisinga, donde desde hace mil años las elites espirituales del país son introducidas en los misterios de la fe. Aquí dio sus primeras predicaciones ante una público escolar, como párroco acompañó a los estudiantes y en el frío confesionario del Duomo escuchó las penas de la gente. En agosto, durante un coloquio de hora y media en Castel Gandolfo, le pregunté cómo le había afectado el caso Vatileaks. “No me dejo llevar por una suerte de desesperación o dolor universal -me respondió-, simplemente me parece incomprensible. Incluso considerando a la persona (Paolo Gabriele, ndr ), no entiende qué podemos esperar. No consigo penetrar en su psicología”. Sin embargo, sostenía que ese caso no le había hecho perder el norte ni le había hecho sentir la fatiga que supone su papel, “porque siempre puede suceder”. Lo importante para él era que en el desarrollo del caso “se garantice en el Vaticano la independencia de la justicia, que el monarca no diga: ¡ahora yo me hago cargo!”.
Nunca le había visto tan exhausto, casi postrado. Con las últimas fuerzas que le quedaban llevó a término el tercer volumen de su obra sobre Jesús, “mi último libro”, me dijo con una mirada triste cuando nos despedimos. Joseph Ratzinger es un hombre inquebrantable, una persona siempre capaz de recuperarse rápidamente. Mientras dos años atrás, a pesar de los primeros achaques propios de su edad, parecía aún ágil, casi joven, ahora percibía cada bandeja que llegaba a su escritorio de parte de la Secretaría del Estado como un golpe.

“¿Qué debemos esperar aún de Su Santidad, de Su pontificado?”, le pregunté. “¿De mí? De mí, no mucho. Soy un hombre anciano y las fuerzas me abandonan. Creo que basta lo que he hecho”. ¿Piensa en retirarse? “Depende de lo que me impongan mis energías físicas”. Ese mismo mes escribió a uno de sus doctorandos que el siguiente encuentro sería el último.

Llovía en Roma, en noviembre de 1992, cuando nos encontramos por primera vez en el Palacio de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Su apretón de manos no era de esos que te rompen los dedos, su voz era del todo insólita para un «panzerkardinal», leve, delicada. Me gustaba cómo hablaba de las cuestiones pequeñas, y sobre todo de las grandes; cuando ponía en discusión nuestro concepto de progreso e invitaba a reflexionar sobre si verdaderamente se podía medir la felicidad del hombre en función del producto interior bruto.
Los años le pusieron duramente a prueba. Se le describió como perseguidor mientras que era perseguido, el chivo expiatorio al que cargar con todas las injusticias, el “gran inquisidor” por antonomasia, una definición tan adecuada como la de equiparar gato con liebre. Sin embargo, nunca nadie le oyó quejarse. Nadie ha oído salir de su boca una mala palabra, un comentario negativo sobre otras personas, ni siquiera sobre Hans Küng.
(...)
Joseph Ratzinger es el hombre de las paradojas. Lenguaje suave, voz fuerte. Mansedumbre y rigor. Piensa en grande pero presta atención al detalle. Encarna una nueva inteligencia al reconocer y revelar los misterios de la fe, es un teólogo pero defiende la fe del pueblo contra la religión de los profesores, fría como ceniza.
Del mismo modo que él mismo era equilibrado, así era su modo de enseñar; con la ligereza que le era propia, con su elegancia, su capacidad de penetración, que hacía ligero lo que era serio, sin privarlo del misterio ni banalizar su sacralidad. Un pensador que reza, para quien los misterios de Cristo representan la realidad determinante de la creación y de la historia del mundo, un amante del hombre que ante la pregunta sobre cuántos caminos llevan a Dios no tenía que reflexionar mucho para responder: “Tantos como hombres hay”.

Es el pequeño Papa que con su lápiz ha escrito grandes obras. Nadie antes que él, el mayor teólogo alemán de todos los tiempos, ha dejado al pueblo de Dios durante su Pontificado una obra tan imponente sobre Jesús ni ha redactado una cristología. Los críticos sostienen que su elección ha sido un error. La verdad es que no había otra opción. Ratzinger nunca buscó el poder. Se sustrajo al juego de las intrigas en el Vaticano. Siempre llevó una vida modesta de monje, el lujo le resultaba extraño y un ambiente con un confort superior al estrictamente necesario le resultaba completamente indiferente.

Pero vayamos a las pequeñas cosas, a menudo más elocuentes que las grandes declaraciones, los congresos o los programas. Me gustaba su estilo pontificio, que su primer acto fuera una carta a la comunidad hebrea, que retirara la tiara de su escudo, símbolo del poder terreno de la Iglesia; que en los sínodos de los obispos invitase también a hablar a los invitados de otras religiones -otra novedad.

Con Benedicto XVI, por primera vez, el hombre de arriba ha participado en el debate, sin hablar de arriba abajo sino introduciendo esa colegialidad por la cual luchó en el Concilio. Corregidme, decía, cuando presentaba su libro sobre Jesús, que no quería anunciar como un dogma ni colocar el sello de la máxima autoridad. La abolición del besamanos fue la más difícil de llevar a cabo. Una vez tomó del brazo a un antiguo alumno que se inclinó para besarle el anillo y le dijo: “Comportémonos normalmente”. Tantas primeras veces. Por primera vez un Papa visitó una sinagoga alemana. Por primera vez un Papa visitó el monasterio de Martin Lutero, un acto histórico sin igual.

Ratzinger es un hombre de la tradición, se confía voluntariamente a lo que está consolidado, pero sabe distinguir lo que es verdaderamente eterno de lo que es válido sólo para la época en que emerge. Y si es necesario, como en el caso de la misa tridentina, añade lo viejo a lo nuevo, porque estando juntos no reducen el espacio litúrgico, sino que lo amplían.
No lo ha hecho todo bien, ha admitido errores, incluso aquellos (como el escándalo Williamson) de los que no tenía ninguna responsabilidad. Ningún fracaso le ha hecho sufrir más que el de sus sacerdotes, aunque ya como prefecto tomó las medidas que le permitieran descubrir los terribles abusos y castigar a los culpables. Benedicto XVI se va, pero su herencia se queda.


No es casual que el Papa saliente haya elegido el Miércoles de Ceniza para su última gran liturgia. Mirad, parece querer decir, era aquí adonde os quería llevar desde el principio, este es el camino. Desintoxicaos, serenaos, liberaos de la zozobra, no os dejéis devorar por el espíritu del tiempo, no perdáis el tiempo, desecularizaos.

Aligerar la carga para aumentar el peso es el programa de la Iglesia del futuro. Privarse de la grasa para ganar vitalidad, frescura espiritual, no como una última inspiración o fascinación. Belleza, atractivo, en el fondo también fuerza, para hacer frente a una tarea que se ha hecho tan difícil. “Convertíos”, dice usando las palabras de la Biblia al marcar la frente de los cardenales y abades con las cenizas, “y creed en el Evangelio”. “¿Usted es el final de lo viejo -pregunté al Papa en nuestro último encuentro- o el inicio de lo nuevo?”. La respuesta fue: “Las dos cosas”.

lunes, 11 de febrero de 2013

BENEDICTO XVI, ¡GRACIAS!




Aunque ya había leído varias de sus obras  que me habían gustado por su sencillez y claridad me fascinó aún más en los días que tuve ocasión de escucharle más de cerca durante los días vividos en la JMJ en Madrid. Vi a un hombre sencillo y humilde que evitaba todo protagonismo para dárselo a Él. Recuerdo con emoción la adoración ante el Santísimo vivida en el aeródromo de Cuatro Vientos. Mientras la lluvia y el viento arreciaban el Papa sonreía sereno conociendo que Él lo tenía todo dispuesto. Fueron momentos intensos de adoración y silencio. Recogimiento y olvido de lo accesorio para ir a lo esencial.

Una brasileña de pelo rizado aseguraba que la lluvia que nos empapaba era necesaria para lavar a la Iglesia de sus impurezas, y lo cierto es que después de los 40 grados de temperatura soportados, de los chapuzones que nos propinaron las mangueras de los bomberos y de la larga travesía a pleno sol,  era una lluvia que se agradecía.

Mientras el Papa nos decía:

"Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. no tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra"

Pues bien, en este momento de la historia el Señor ha querido que Joseph Ratzinger arribe la barca al puerto romano para dejarla en manos de un nuevo timonel. Ahora toca el descanso hasta que el Señor le quiera llamar. Se retirará para seguir una estilo de vida contemplativo. Nos dejará un poco huérfanos...pero seguros de que la barca pronto tornará a realizar una pesca abundante. Entretanto seguiremos rezando seguros de que no hay mejor sitio para vivir que en el regazo de Cristo, que es la Iglesia. ¿Dónde iremos Señor, sólo tu tienes palabras de vida eterna?

sábado, 9 de febrero de 2013

LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA



Lentamente resbalaban las lágrimas por su mejilla mientras pretendía despejarlas con sus pequeñas manitas.

.- ¡No es justo!(Una de sus expresiones favoritas). 
Ese coche es como de la familia. Yo nunca he conocido otro. Allí estuve yo nada más nacer cuando me trajisteis del Hospital. También estuvo Cecilia. Nos ha acompañado en nuestros viajes. Creo que no voy a olvidarlo nunca. ¡Mamá le quiero como si fuera un miembro de mi familia!. Me siento triste mamá ¡muy triste!.
Hablamos de un viejo Peugeot 405 modelo exclusive con casi 20 años. Implacablemente  maltratado por el tiempo, sin parte de sus molduras. Los bombines de las puertas inservibles y  el ventilador de la calefacción hace tiempo que se paró. Ruidoso y viejo.

Y la desaparición de esa vieja reliquia ha enturbiado la felicidad de mi pequeña...

Y entonces comprendí lo que dice Leonardo Boff en ese pequeño libro que un buen amigo me ha regalado: ese coche habla de la historia familiar. Fue entrando cada vez más en la familia. Al final era un hijo más rodeado de cariño. Y hasta hace poco seguía ahí todavía , hablando y recordando en la fidelidad de "no habernos dejado nunca tirados" tantos instantes mágicos de armonía familiar.

Rebeca ha percibido perfectamente todo eso. ¿Cuantos adultos podrían percibirlo?. Sólamente los niños o los que son como ellos atisban las cosas desde dentro percibiendo esa grieta por la que penetra en las cosas una luz superior. La luz ilumina las cosas, las hace diáfanas y transparentes. Como el corazón de un niño que es capaz de emocionarse y emocionar a los que convivimos con ellos.

Hoy haciendo la lista de la compra ella aportó su particular ruego a la lista de encargos. ¿Que qué pidió?
La respuesta en la imagen superior.

jueves, 7 de febrero de 2013

Abel, una historia real


Carta de un misionero relatando su conmovedor testimonio.
Querido amigo: Te escribo estremecido desde mi misión. Ayer asistí al entierro de un niño vivo, un niño del hambre, de la miseria y de la injusticia. A finales del pasado mes de noviembre una gran sequía arreció sobre toda esta zona. El hambre y la sed hicieron pronto acto de presencia entre la población, cobrándose numerosas víctimas. Una de las últimas víctimas fue una mujer, que fallecía tras dar a su luz a su hijo. El padre había muerto días atrás, también de hambre. El niño, que nació bien y que hubiera podido sobrevivir, quedaba solo en medio de este poblado que huele a hambre y a sed. Su madre estaba todavía sin enterrar. Nada más nacer le bautizamos. Le pusimos el nombre de Abel.
 Al acabar el bautizo, me dijeron los famélicos y destrozados habitantes de aquel poblado:
 – “Padre, Abel tendrá también que morir. ¡Qué adelantamos con que viva unos cuantos días más si al final ha de morir de hambre, como todos nosotros. No hay alimentos ni medios de subsistencia para nadie. Enterrémoslo esta misma tarde, junto a su madre. Así no sufrirá más”.
Puedes suponer que yo intenté evitar con todas mis fuerzas esta muerte anunciada. Les propuse trasladar al niño recién nacido a nuestra misión, donde servimos un pequeño orfelinato… Pero no hubo manera. El pueblo, que rezumaba muerte, no razonaba. La abuela de la criatura se negó también en rotundo, uniéndose a los demás. No querían la muerte. Pero sabían que era imposible la vida.
En plena discusión, la joven y, a la par, anciana abuela de Abel, tras apretujar sus mejillas sobre el rostro del niño y rociarlo de lágrimas, depositó brusca y velozmente su cuerpo tan tierno y tan frágil sobre el de su madre muerta, y todo el pueblo, ante mi impotencia más absoluta y mi dolor más lacerante, empezó a cubrirlos de tierra. Abel apenas gemía ya. Las gentes de la aldea empezaron a marcharse, envueltas en tragedia, oliendo a muerte de hambre y obsesionados con la pregunta sobre quién sería el próximo en morir, también de hambre, de miseria y de injusticia.
Mi amigo misionero acababa la carta preguntándose y preguntándome: ¿Cómo fue posible esta muerte? ¿Hay derecho a que tantas gentes tengan que morir irremediablemente de hambre? ¿Cómo es posible que la huella de Caín siga tan presente en nuestro mundo?
Depende de ti
Han pasado más de 25 años de esta carta, de esta historia cruda y verdadera. Miles de niños siguen muriendo de hambre. Me consuela pensar que cada vez sean menos. Manos Unidas así lo intenta año tras año y día tras día. ¿Lograremos algún día que la historia verdadera de esta carta se confunda con una horrible pesadilla? De todos depende.
Otro mundo es posible. Es necesario. Es obligatorio. Depende de ti y de mi. Depende que ellos, como nosotros, sepan leer y escribir. Porque tú y yo sabemos leer. Podemos leer esta carta de la injuria y de la injusticia. Y ellos, no. Podemos cambiarlo. Debemos cambiar. Depende de ti y de mí uniendo nuestras manos a las miles de manos de Manos Unidas.
Jesús de las Heras Muela

sábado, 2 de febrero de 2013

El camino del retorno



Fue a principios del  mes de enero. Allí estaba ella (quiero creer que es chica) por aquello de la afinidad. Decidimos salir a la montaña a empaparnos de verde y llenarnos de naturaleza.

Elegimos la senda del arroyo Meleros, en las inmediaciones de Geras de Gordón. Recordábamos una preciosa cascada que emergía milagrosamente en un rincón tapizado de musgo. Fue decepcionante descubrir que la cascada ya no existe, que los accesos han sido vilmente alambrados para disuadir a los visitantes y que multitud de hayas languidecen pudriéndose en espera de un agua que no acaba de llegar.

No sabemos lo que ha sucedido. Es extraño que la cascada haya desaparecido, es extraño que la mano del hombre tenga tan a menudo la virtud de exterminar lo bello. En parajes donde apenas hay población, donde el paisaje parece perecer de puro tedio ¿a quien le puede importar que cuatro senderistas quieran acercarse a disfrutar de la belleza que la naturaleza les quiera regalar?

No vimos arroyo alguno, pero si una alarmante sequedad insólita para la época del año en que nos encontramos

Pero alli estaba ella, ajena a lo sucedido, aletargada en medio de un entorno que torna a su alrededor. Un pequeño ejemplar de tritón, hermoso y coqueto, despistada, desorientada por la falta de un agua que no llega. Un ejemplar en peligro de extinción. Una extinción que no sólo le afecta a ella.

¡Estamos empeñados en extinguir tantas cosas!

Solo nos queda que el Dueño nos ilumine para poder encontrar el camino de retorno.

Por aquí se supone que debería estar corriendo el agua...

LO QUE NOS DIO LA GANA