Fue placentero y educativo el paseo navideño que nos dimos con los bienaventurados del mundo de la mano del misionero sacerdote Camboniano Miguel Ángel Llamazares en el retiro conjunto del pasado sábado. Conocer la idiosincrasia de algunos pueblos del mundo a través de la representación del misterio de la Navidad como esa cualidad de los papás pigmeos que pasan muchas horas con sus bebés en brazos porque no recuestan a los niños mientras las mamás se afanan en tareas varias, o que el signo de la Navidad por excelencia en Filipinas es el farol donde aunque a veces nos tiren de las orejas a los españoles por alguna que otra fechoría cometida, nos agradecen sobremanera el regalo de la fe que permite que un 81% de la población del pueblo filipino sea católico. Un pueblo en donde a los okupas se les llama squatters que también son por extensión las chabolas donde anidan. Y que hay cientos de esas destartaladas casetas que en algunos barrios de Manila se hacinan alrededor de las vías del tren. Pero sin embargo está miseria no les impide engalanar las calles con motivos navideños, ni les resta devoción para acudir a una largas misas nocturnas que durante nueve días previos a la navidad les hace salir a las cuatro de la mañana para las celebraciones del Simbag Gabi. Contemplamos fotos de estas celebraciones atestadas de feligreses que rezaban en torno al sagrario durante la eucaristía. Filipinas es un pueblo muy expuesto a las calamidades naturales, nos decía, pero la Fe, en medio de estas tragedias les ayuda.
Miguel Ángel compartió con nosotros una anécdota que le marcó cuando siendo más joven participaba en una campaña de sembradores de estrellas. Al ir a colocarle a un señor una pegatina estrellada en la solapa, el asombrado viandante le espetó extrañado. Ah pero es Navidad?
Seguro que más de uno nos haría la misma pregunta a juzgar por el despiste que manejamos así que habrá que decirlo bien alto y claro.
Los niños de San Ildefonso me lloran el alma.
Sus cantos repetidos
suenan fúnebres.
Yo recuerdo a mi padre
Con sus gafas
comprobando la suerte empapelada.
Ilusiones doradas
para entregar a sus hijos.
Sueños de padre
que ama con sencillez.
Aquellos ojos vivos
que brillaban en la ausencia.
Quisiera tener memoria
para desgranar más recuerdos.
Pero ahora los cantos navideños
de esos arcángeles del bombo
me recordaron que hoy
hubieras hecho 90.
Duele tu falta.
Hiere tu ausencia.
No quería decirlo papá
pero me duele tanto...
Fue una canción que se coló de improviso en la discografía de Miguel Ríos. El rockero por excelencia nos regalaba una hermosa balada, compuesta por el argentino Rocke Narvaja, que llevaba por título Santa Lucía. En un principio el granadino pensó desecharla, un tanto Dulce en comparación con el resto de sus repertorio, pero decidió incluirla en sus Rocanrol Bumerang. El disco que en 1980 le colocó como el músico de más éxito del país.
La canción narra la historia de una joven invidente que un día recibió una llamada de teléfono. El hombre al otro lado de la línea había marcado por error ese número, pero quedó fascinado por la voz de su interlocutora. Palabra va y palabra viene fueron trabando una interesante conversación y después de un día siguió otro y otro y las llamadas se fueron sucediendo en asiduidad creciente. Hasta el punto de que acabaron siendo íntimos sin conocer ni un detalle físico el uno del otro. Cuando el teléfono comenzó a ser demasiado frío, él insistió en que fueran juntos al parque, para verse poquito a poco y sentir sus manos. Ella, que le había ocultado que era ciega, no sabía que decirle a pesar de que ya no concebía un solo día sin el.
. Y es que hoy es Santa Lucía, la patrona de las personas invidentes. Una joven nacida en Sicilia a la que querían casar con un joven al que no conocía. Ante la negativa de Lucía al matrimonio, el pretendiente la acusó de Cristiana lo que la valió el martirio. La relación entre Lucía y los ojos, que hace de esta santa la protectora de la vista, se explicita en la iconografía de la Edad Media y deriva quizá de la cercanía etimológica del nombre griego «Lucía» con el término latino lux. Existe la leyenda de que fue la belleza de los ojos de Lucía la que no permitía descansar a uno de sus pretendientes, por lo que ella se los arrancó y se los envió. Lleno de remordimiento e impresionado por el valor de Lucía, el pretendiente se convirtió al cristianismo.Otra leyenda medieval decía que, cuando Lucía estaba esperando al borde del cadalso, aun sin ojos, seguía viendo.
Asombrosas historias en torno a esta mujer de luz que hoy recordamos a través de una hermosa canción que habla de amores inconclusos. No sabemos si la pareja a la que cantaba Miguel llegó a colmar su deseo de conocerse. Ojalá así fuera.
Por cierto, Lucía es también patrona de pobres, de los niños enfermos y de las ciudades.
Luz la pedimos pues en este día, y que nos conserve la vista, que buena falta nos hace.
No es un film de esos que arrebaten.
Pero si de los que te dejan cierto buen sabor de boca porque apela a lo mejor del ser humano. La inocencia. Y recuperar el candor primero es algo consustancial a la Navidad.
Esa ingenuidad que a menudo tachan de ñoña. Como me ocurre a mi cada vez que aseguro que me encanta la Navidad.
Es lo que quiero recuperar. Ver el lado bueno de las cosas, de la vida, de la gente.
Como la lente de aquel cuento que permitía convertir en hermosos hasta los paisajes más sórdidos.
Creer en la bondad del ser humano.
En que los últimos pueden ser importantes.
En que lo nimio puede convertirse en parte relevante.
Y que el amor incondicional, ese que no exige ni mide, ni pesa, ni adeuda contraprestación es posible siempre que estemos dispuestos a trabajar nuestros egoísmos desmesurados.
Que hay que poner en valor lo imperfecto, los detalles que parecen insignificantes.
Porque de eso estamos hechos. De pequeños momentos insignificantes que suponen todo para nosotros.
Pequeños hilos que entretejen nuestra existencia dotando cada día de sentido.
Sin parafernalias.
Mirar hacia arriba y detenerse en la contemplación de aquel detalle que siempre pasó desapercibido. Como el otro día cuando fui a correr y descubrí multitud de margaritas otoñales que se aventuraron a salir. Siempre pensé que sólo salían en Primavera.
Y sentir la alegría de vivir sin permitir que los malos augurios nos arruinen el futuro.
De todo eso trata esa película. Además de las relaciones familiares siempre tan llenas de heridas que sólo el amor y la comprensión ayudan a cicatrizar. La familia, esa que a menudo repudiamos pero sin la que tendríamos al desarraigo campando por nuestras vidas.
Todo ello aderezado con la inolvidable música de George Michael. Hilvanado en un guión de la británica Emma Thomson. Y perdiéndonos por los rincones típicos de ese Londres que algún día conoceré.
Una película sin grandes pretensiones pero que deja buen sabor de boca porque emula aquellas viejas comedias románticas de Katherine Hepburn y Cary Grant que ya no nos ponen en la tele.
Incluso el protagonista masculino recuerda al atractivo Gregory Peck.
Eso sí, como un guiño a esta globalización que nos envuelve, con aire oriental.
Last Christmas. Se deja ver. Claro que si.
Por Marta Redondo para la sección de Opinión de la Nueva Crónica.
Sábado 7 de diciembre de 2019.
Aquel día desde la cumbre del monte Rainier , el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish perfiló el contenido de su carta al presidente de los Estados Unidos. Era la respuesta a la oferta de compra de las tierras de los suyos.
No le acababa de convencer aquel jefe blanco con su séquito de buitres oportunistas.
¿Cómo pretendéis apropiaros del cielo o del calor de la tierra? No somos dueños de la frescura del aire ni del brillo irisado del agua.
No hay , en las ciudades del hombre blanco, ningún rincón donde escucharse el cimbrear de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. El aire es bien precioso porque todas las cosas comparten un mismo aliento: animal, árbol y hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira igual que un hombre muchos días en agonía, se ha vuelto insensible al hedor.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender. Su insaciable apetito devorará la tierra dejando tan sólo desierto.
En otro tiempo. En otra cumbre. Un día de diciembre. Afueras de Madrid. El Jefe del Movimiento Indio de América en la ciudad se acercó al Alcalde. Quería recriminarle su falta de sensibilidad cuando, en respuesta a la pregunta de una niña durante la visita del regidor a un colegio, aseguró que era más importante donar dinero para la restauración de la catedral parisina que para replantar la maltrecha selva de la Amazonía. El indio quería decirle que la responsabilidad de un gestor de la res pública es pensar en la totalidad del pueblo. Y que debía gobernar pensando en todos , y en especial en los jóvenes, herederos de la tierra, para que puedan respirar.
El Alcalde restó importancia al asunto. El indio era sólo un vendedor de puesto de rastro. Otras cosas urgían en aquella cumbre repleta de oportunidades. Se enderezó el nudo de la corbata. La niña sueca iba a llegar pronto.
Mientras, en la cumbre del monte Rainier, Seattle ultimaba su carta.
Debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Si contamináis vuestro lecho, moriréis ahogados en vuestros propios desperdicios. Cuando alcéis la vista hacia las verdes colinas os toparéis con un enjambre de alambres. Entonces nadie recordará las piedras de ninguna catedral caída. Lo único que contemplarán son eternas cumbres borrascosas.
Cualquiera se aventuraba a cruzar por ese mar de contenedores ebrios de fuego. Las calles vociferaban sedientas de sangre mientras el cielo se poblaba de aviones de lata y metralla que las hordas se lanzaban entre sí.
Pero empeñada en normalizar las cosas me lancé a la calle. Porque si. Porque tenía ciento cincuenta y cinco razones para hacerlo. Ellos sólo tenían una: sed de territorio libre. Pero al final pudo su poquedad frente a mi empeño. Una pelota mal dirigida. Ahora solo puedo ver por un ojo. En el otro desierto.
Por Marta Redondo para el Espejo De la Iglesia. Cadena COPE León.
Emitido el Viernes 29 de noviembre
Sucedió recientemente.
Siempre comenzamos la clase con una oración. Breve por aquello de que de ese modo será dos veces buena. Es un momento de recogimiento. Les ayuda también a centrarse en el trabajo y a percatarse de la importancia de lo que vamos a emprender.
Saben que el momento es optativo, nunca se puede obligar a nadie a rezar, pero nunca viene mal. Yo siempre les digo que el que quiera que rece, se que hay algunos que no practican, otros no conocen ninguna oración y también hay alumnos musulmanes que asisten a católica y rezan en sus casas a distintas horas del día. El alumnado de las clases de religión católica es curiosamente variopinto.
Una niña alzó su voz.
Profe es que la señal De la Cruz y ese Jesus confío en ti no es suficiente. Sabe a poco.
Yo propongo que recemos un padre nuestro.
En ese momento me pasaron por la cabeza muchas cosas. Las quejas de los sospechosos, las conspiraciones de los insatisfechos, la incomprensión inexplicable de los que mejor deberían entender que en un contexto como este. Las interpretaciones cicateras de los que siempre andan con la lupa puesta. El asunto bien podría generar controversias.
Pero en educación trabajamos por competencias. Eso conlleva siempre una saber práctico. Y la meditación compartida con el que más nos quiere no deja de ser una buena práctica asociada además a esa inteligencia espiritual que, entre otras, trabajamos en la clase de religión.
Antes de que yo pudiera pronunciarme ante la sugerencia de Sofía la asertiva alumna siguió con sus argumentos para convencernos de que lo de rezar el Padre Nuestro al principio de las clases es un asunto de trascendencia.
Mira profe lo podemos votar.
Preguntamos votos a favor de rezar, abstenciones y votos en contra.
Realizada la votación entre 20 15 levantaron la mano, 1 se abstuvo, Nadie votó en contra. El resto simplemente no se definieron.
El resultado fue mayoría absoluta en favor del Padrenuestro al inicio de clase.
Convincente Sofía. Y sabia, quien la bautizó bien supo elegir su nombre.