Cumbres borrascosas.
Por Marta Redondo para la sección de Opinión de la Nueva Crónica.
Sábado 7 de diciembre de 2019.
Aquel día desde la cumbre del monte Rainier , el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish perfiló el contenido de su carta al presidente de los Estados Unidos. Era la respuesta a la oferta de compra de las tierras de los suyos.
No le acababa de convencer aquel jefe blanco con su séquito de buitres oportunistas.
¿Cómo pretendéis apropiaros del cielo o del calor de la tierra? No somos dueños de la frescura del aire ni del brillo irisado del agua.
No hay , en las ciudades del hombre blanco, ningún rincón donde escucharse el cimbrear de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. El aire es bien precioso porque todas las cosas comparten un mismo aliento: animal, árbol y hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira igual que un hombre muchos días en agonía, se ha vuelto insensible al hedor.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender. Su insaciable apetito devorará la tierra dejando tan sólo desierto.
En otro tiempo. En otra cumbre. Un día de diciembre. Afueras de Madrid. El Jefe del Movimiento Indio de América en la ciudad se acercó al Alcalde. Quería recriminarle su falta de sensibilidad cuando, en respuesta a la pregunta de una niña durante la visita del regidor a un colegio, aseguró que era más importante donar dinero para la restauración de la catedral parisina que para replantar la maltrecha selva de la Amazonía. El indio quería decirle que la responsabilidad de un gestor de la res pública es pensar en la totalidad del pueblo. Y que debía gobernar pensando en todos , y en especial en los jóvenes, herederos de la tierra, para que puedan respirar.
El Alcalde restó importancia al asunto. El indio era sólo un vendedor de puesto de rastro. Otras cosas urgían en aquella cumbre repleta de oportunidades. Se enderezó el nudo de la corbata. La niña sueca iba a llegar pronto.
Mientras, en la cumbre del monte Rainier, Seattle ultimaba su carta.
Debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Si contamináis vuestro lecho, moriréis ahogados en vuestros propios desperdicios. Cuando alcéis la vista hacia las verdes colinas os toparéis con un enjambre de alambres. Entonces nadie recordará las piedras de ninguna catedral caída. Lo único que contemplarán son eternas cumbres borrascosas.
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