Cualquiera se aventuraba a cruzar por ese mar de contenedores ebrios de fuego. Las calles vociferaban sedientas de sangre mientras el cielo se poblaba de aviones de lata y metralla que las hordas se lanzaban entre sí.
Pero empeñada en normalizar las cosas me lancé a la calle. Porque si. Porque tenía ciento cincuenta y cinco razones para hacerlo. Ellos sólo tenían una: sed de territorio libre. Pero al final pudo su poquedad frente a mi empeño. Una pelota mal dirigida. Ahora solo puedo ver por un ojo. En el otro desierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario