Sobre el césped se desplegaban en tapiz multicolor aquellos cuerpos jóvenes ebrios de vida.
El calor les empujó a la calle con la complicidad de los docentes que a final de curso pugnaban en vano por domeñar sus espíritus rebeldes.
Si no puedes con tu enemigo únete a él.
Las altas temperaturas nunca han sido buenas aliadas para espabilar neuronas así que aquella muchachada de por si dada a la dispersión y más aún siendo final de curso, vió en la subida del mercurio el caldo de cultivo idóneo para tenderse al sol libres como el sol que brilla cuando y como se le antoja.
Era delicioso verlos tendidos plenos de colores combinados a la perfección con sus teces jóvenes y las sonrisas desplegadas.
Agrupados por afinidades se disponían a lo largo de la pradera.
Allí el grupo de tercero, al lado una nutrida representación de chicas de cuarto, justo detrás de ellas una combinación de cursos varios que probablemente tenían en común el colegio de primaria de procedencia. Había varios alumnos mayores. Muchos se conocen desde infantil y han permanecido indisolublemente unidos hasta bien avanzada la secundaria. Eso une mucho.
Al lado de un enorme sauce llorón un grupo variopinto de adolescentes era fácilmente observable por razón del color de su piel tostada. Sobre una vieja bicicleta un muchacho con la gorra ladeada parecía liderar el grupo dada la frecuencia con que tomaba el turno de palabra. Cuando trabé conversación con el joven pude observar que le faltaban varias piezas dentales. La convesación fue irrelevante. Hablamos sobre el calor y el lugar de procedencia del muchacho, un pueblo minero de la provincia leonesa. Y a su lado, como si de un guardaespladas se tratase, estaba aquel morenito pizpireto que tantas veces me he encontrado por los pasillos durante este curso. Casi siempre castigado por uno u otro motivo. No es alumno mío pero siento cierta simpatía por él quizá porque rezuma desprotección. Desde la primera vez que hablamos cuando nos encontramos siempre me dice lo mismo: Profe ¿quieres que te ayude?. Es su manera de agradecer algo de afecto.
Ese día del despliegue multicolor sobre la alfombra verde del parque, el calor era sofocante, inusual para esta época. Acabábamos de terminar una de esas fiestas de final de curso que aligeran el calvario que suponen los finales de cursos cuando todos estamos cansados de todo. Al terminar el convite me quedé sola recogiendo. La hora de salida es sagrada para todos así que no quise que los alumnos se quedaran más tiempo del debido. Aunque tampoco hubiera sido fácil retenerles. El resultado del ágape fue una enorme bolsa de basura que entre el resto de cachivaches que porto a menudo me obligaba a hacer malabarismos por el parque.
Y entonces apareció ese pequeño ángel moreno exhibiendo una hermosa sonrisa blanca.
.-¡Profe ¿quieres que te ayude? hoy si que vas cargada eh?.
.- Hay hijo hoy si que te lo agradezco.
Y caminé alegre por el césped contenta de llevar al lado aquel hermoso ángel negro. Como los que pintaba aquel pintor de machín
Recordé otros tiempos, y otras caras...¿o eran las mismas?