Pigmalión era un rey que había estado buscando durante muchísimo tiempo a la mujer de sus sueños. Era muy exigente. Aspiraba encontrar a la mujer perfecta. Y frustrado en su búsqueda, decidió no casarse dedicando su tiempo a crear prodigiosas esculturas para compensar la ausencia de su ideal amada. Una de estas obras, Galatea, era tan bella que Pigmalión se enamoró de ella, la cuidaba y acariciaba con la esperanza de que algún día cobrara vida. Fue Afrodita, diosa griega del amor, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". Y así fue como Galatea se convirtió en humana y cómo Pigmalión fue premiado por su Fe y paciencia.
Las mismas de las que tuve que hacer acopio aquel dīa en que tuve que parar la clase por culpa de aquellos charlatanes
.- Llevo soportando vuestras charlas desde el principio de curso. Os miro, caminando entre vuestros pupitres, os echo alguna indirecta pero no hay manera. No calláis ni debajo del agua.
El próximo día quiero que os sentéis de otro modo. Como queráis pero no quiero volveros a ver juntos.
Al siguiente día comenzada la clase nuevamente oigo chismorreo al fondo.
Compruebo que la asociación ilícita de charlatanes continúa operativa.
.- ¡Pero chicos no os dije que no os quería volver a ver sentados juntos!
.- Profe, yo si te hice caso.
Miré en derredor.
En los primeros sitios de la clase uno de los alumnos que formaban parte del molesto contubernio al que había amonestado verbalmente si me había hecho caso.
Es un alumno de esos que llaman disruptivos, que siempre aparece en la nómina de guerreros. No obstante al principio de curso le nombre ayudante y cada día le he repetido una y otra vez lo importante que es que el que tiene una responsabilidad sea el primero en dar ejemplo ante la clase.
Ese día me recordó que el si que me había hecho caso.
Profe, ya sabes, tu siempre me dices que debo dar ejemplo.
Ambos nos sonreímos con cierta complicidad.
Comprobado.
Si tenemos expectativas positivas sobre alguien eso puede influir en su comportamiento. Pero para ello es necesario vencer resistencias iniciales y apartar un poco la lógica a la que estamos acostumbrados. Seguramente si se lo cuento a algún colega no lograré que me crea. Este alumno es de los malos malotes.
Bien lo intuía Pigmalión. Pero para eso es necesario confiar en el otro, creer que puede ser capaz de vencer inercias, derribar prejuicios, indagar para buscar resortes de cambio y superar las profecías que a veces arrojamos sobre los demás para prefigurar un futuro que desconocemos. Afortunadamente nadie tiene el destino del tiempo ni la llave del cambio en sus manos.
A los educadores nos toca siempre apostar por lo imposible.
Abanderar utopías confiando en que en cualquier momento,
a la vuelta de la esquina,
siempre acechan
los pequeños milagros.