domingo, 30 de junio de 2019

EN MODO CUADRANTE Y SONANTE


EN MODO CUADRANTE Y SONANTE.

Por Marta Redondo

Era una iglesia pequeña y un tanto oscura. Yo iba de la mano de no sé quién. Pasamos enfrente de un cepillo cuyo letrero rezaba: para las benditas ánimas del purgatorio. Recuerdo que me explicaron que el objeto de tales peticiones aseguraba que cada vez que alguien echara una moneda,  un alma del purgatorio volaría al cielo. Me quedé  elucubrando sobre cómo sería posible la transmutación de moneda en alma alada, qué suerte de encantamiento propiciaría  que en el vil metal se  obrara tal prodigio. Supongo que, siendo niña, me faltaban capacidad de abstracción y conocimientos teológicos para entender. Pero    me  temo que aún perduran tales lagunas. 

Aún cuando vivimos inmersos en una sociedad donde todo se mide, pesa y cuantifica me resulta difícil entender que todo lo que no pase por el tamiz crematístico pierda importancia y prestancia. Parece que para los seres de nuestra especie todo tiene que tener una tasación y   estar sometido a unos estándares o normas fijas. Ser susceptible de  traducción  práctica y palpable. 

Si realizo un voluntariado debe expedírseme un diploma para engrosar mi currículum. Si ejerzo cualquier responsabilidad debe ser constreñida a unos cánones previamente delimitados. Si desarrollo cualquier actividad profesional  ésta deberá aclimatarse a una serie de competencias prolijamente detalladas. Todo encauzado y determinado, como si de un cuadrante se tratase. Delimitado, pesado, medido, y perfectamente ajustado. Lo  que vaya más allá anatema.  Nos hemos acostumbrado a una suerte de inercia que repudia el libre albedrío y la sana iniciativa que pretenda conculcar el orden establecido aun cuando redunde positivamente en el otro. Parece que no actuar conforme a las estipulaciones de la tribu es políticamente incorrecto.

            Aunque a veces salimos respondones y decidimos rebelarnos contra esa norma autoimpuesta. Escaparnos del modo cuadrante que cercena toda innovación y permitirnos ciertas libertades dejando un espacio a la improvisación y a la imaginación. Regalar horas a los otros. Perder el tiempo liberándonos de horarios que fueron puestos para ser férreamente asumidos. Afortunadamente aún existen   maestros que se dedican  a sus alumnos más allá del horario lectivo. Médicos que atienden  a sus pacientes al margen de las meras horas de consulta. Incluso  garantes de la ley y el orden que obvian  el frío y aséptico espíritu de la ley porque estiman necesario  recuperar la  humanidad que requiere  cada supuesto.  Hay, en definitiva,  muchos  ciudadanos y ciudadanas anónimos que actúan al margen de los cuadrantes porque  sí entendieron aquel precepto evangélico de que se debe dar limosna, eso sin, sin que se  entere tu mano derecha  de lo que hace la izquierda. Por eso no acabo de encontrarle sentido a darle pábulo a toda buena acción cuyo objeto es mejorar algún aspecto de algo o alguien. Dar sin esperar recibir nada a cambio, por el mero sentido del deber ser o hacer. Sin esperar la consabida contraprestación.  Más allá de lo obligatorio, en silencio. Un silencio que ni tan siquiera se vea turbado por el sonido de las monedas aladas  que tintinean.

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