EN MODO CUADRANTE Y SONANTE.
Por Marta Redondo
Era una iglesia pequeña y un tanto oscura. Yo iba de la mano de no sé quién. Pasamos enfrente de un cepillo cuyo letrero rezaba: para las benditas ánimas del purgatorio. Recuerdo que me explicaron que el objeto de tales peticiones aseguraba que cada vez que alguien echara una moneda, un alma del purgatorio volaría al cielo. Me quedé elucubrando sobre cómo sería posible la transmutación de moneda en alma alada, qué suerte de encantamiento propiciaría que en el vil metal se obrara tal prodigio. Supongo que, siendo niña, me faltaban capacidad de abstracción y conocimientos teológicos para entender. Pero me temo que aún perduran tales lagunas.
Aún cuando vivimos inmersos en una sociedad donde todo se mide, pesa y cuantifica me resulta difícil entender que todo lo que no pase por el tamiz crematístico pierda importancia y prestancia. Parece que para los seres de nuestra especie todo tiene que tener una tasación y estar sometido a unos estándares o normas fijas. Ser susceptible de traducción práctica y palpable.
Si realizo un voluntariado debe expedírseme un diploma para engrosar mi currículum. Si ejerzo cualquier responsabilidad debe ser constreñida a unos cánones previamente delimitados. Si desarrollo cualquier actividad profesional ésta deberá aclimatarse a una serie de competencias prolijamente detalladas. Todo encauzado y determinado, como si de un cuadrante se tratase. Delimitado, pesado, medido, y perfectamente ajustado. Lo que vaya más allá anatema. Nos hemos acostumbrado a una suerte de inercia que repudia el libre albedrío y la sana iniciativa que pretenda conculcar el orden establecido aun cuando redunde positivamente en el otro. Parece que no actuar conforme a las estipulaciones de la tribu es políticamente incorrecto.
Aunque a veces salimos respondones y decidimos rebelarnos contra esa norma autoimpuesta. Escaparnos del modo cuadrante que cercena toda innovación y permitirnos ciertas libertades dejando un espacio a la improvisación y a la imaginación. Regalar horas a los otros. Perder el tiempo liberándonos de horarios que fueron puestos para ser férreamente asumidos. Afortunadamente aún existen maestros que se dedican a sus alumnos más allá del horario lectivo. Médicos que atienden a sus pacientes al margen de las meras horas de consulta. Incluso garantes de la ley y el orden que obvian el frío y aséptico espíritu de la ley porque estiman necesario recuperar la humanidad que requiere cada supuesto. Hay, en definitiva, muchos ciudadanos y ciudadanas anónimos que actúan al margen de los cuadrantes porque sí entendieron aquel precepto evangélico de que se debe dar limosna, eso sin, sin que se entere tu mano derecha de lo que hace la izquierda. Por eso no acabo de encontrarle sentido a darle pábulo a toda buena acción cuyo objeto es mejorar algún aspecto de algo o alguien. Dar sin esperar recibir nada a cambio, por el mero sentido del deber ser o hacer. Sin esperar la consabida contraprestación. Más allá de lo obligatorio, en silencio. Un silencio que ni tan siquiera se vea turbado por el sonido de las monedas aladas que tintinean.
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