Hay personas que no se mueren nunca. Porque no las dejamos. Tiramos de su recuerdo y estiramos tanto su legado que logramos una larga intriga enredada entre unos sueños que están en suspenso porque alguien decidió contarnos una historia para no dormir. Magos que tejen imágenes e ideas regalándonos escenarios y mundos que solo ellos conocen y manejan. Tocados por una musa diferente. Seres que miran de otro modo.
Contamos 1, 2, 3 y cerramos los ojos para rogar La Paz necesaria que les acoja. Y musitamos una breve oración para rogar por el alma de un narciso que se quedó dormido mientras se miraba en un río olvidado en cuya superficie bailan rutilantes las estrellas que se escaparon de una caja tonta. Nadie le dará calabazas Rupertas ni botildes al maestro ahora en ese viaje final cuyo billete ya fue validado. Escuchará ahora la voz de otro narciso padre que, enredado en menta quiso llamar al pequeño prestidigitador que tanto nos hizo soñar a ritmo de música, premios, preguntas y respuestas. Batiburrillo de subastas envueltas en campanas y sirenas tacañonas. Aquellos viernes tendidos en el sofá de casa mientras, viendo la televisión, mi madre me acariciaba el pelo. Soñaba con ser una de aquellas hermosas azafatas. Vibraba con las coreografías y las intemperancias de la explosiva rubia francesa de nombre Marlene, y la bombi, y 22 22 22, y Kiko y Jordi, y aquel otro que anunciaba las campanadas de Noche Vieja enfundado en una capa que se me antojaba leonesa, y...hasta aquí puedo leer no sin antes desearte felicitad eterna Chicho, al menos un pizquín de la que tú me procuraste a mi.
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