Aquel trío de amigas de vestidos coloridos triscaban pululando con desenfado por el patio del instituto. Los chicos acomodaban las pajaritas multicolores coquetamente en sus cuellos bajo la atenta mirada de madres que les ayudaban en el empeño. Se veían distintos enfundados en trajes que les confería cierta prestancia y empaque. El aire revoloteaba por el patio impregnando todo de una solemnidad distinta. La familia y los profesores les acompañábamos. Aquel era el día de su graduación.
Y en la mesa del convite una familia distinta. La mujer envuelta en largo vestido y oculta bajo un velo negro. Su marido, un atractivo hombre de rostro moreno y abundante pelo canoso. A su lado, el recién graduado, un muchacho alto. Su gesto rezumaba cierto aire de triunfo, como esos estandartes que después de sangriento combate aún permanecen erguidos tras una cruenta batalla.
Me acerqué a saludarles. Había conocido días antes al muchacho en una actividad aquel día en que les llevé al comedor de la Asociacion Leonesa de Caridad. Me sorprendió su modo de escuchar. Era refugiado sirio. Intuía que él conocía mejor que nadie el desgarro de quien abandona las calles que arroparon su infancia. Es doloroso desertar por imperativo bélico de los lugares donde proyectaste tus sueños, alejarse de los cielos bajo los que aún seguirán transitando tus amigos y todos los familiares que ruegas sigan con vida.
De pronto sentí el impulso de hablar con su padre. Aquel hombre solo conocía el árabe pero el muchacho nos tradujo. En sus gestos, trazas y ademanes de quien ha ocupado una posición social desahogada, del que ha detentado cargos y competencias para contratar personas, quizá gestionado empresas. Esperaba que su hijo pudiera ir a la universidad. Un muchacho que ahora apenas chapurrea un balbuceante castellano. Mientras hablábamos su madre, callada, observaba la escena absorbiéndolo todo con unos grandes e inteligentes ojos pardos.
Aunque le ha costado alcanzar los objetivos del curso el muchacho es hábil, puede, y tiene la sabiduría y constancia del que se ha curtido por el miedo, el hambre, la muerte temprana de los que ha querido, el oído acechante del que fue acunado por la terrible banda sonora un éxodo que no cesa.
Mientras conversábamos, y en derredor, el resto de estudiantes , felizmente graduados, no cesaban de corretear en busca de la foto pérdida.
Ayer fue el día mundial del refugiado. Me acordé del recién graduado, y de su familia. Y de los que huyeron con ellos dejándolo todo tras de sí. En busca de una vida que les robaron.
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