Adoro las sorpresas
que emergen entre el gentío
llevándose la monotonía constante
de los días.
A veces surgen
cuajando el instante
con hilos de eternidad
como una brisa seductora
que acaricia el rostro e
ilumina instantes y
renueva interiores
devolviendo bríos
para soportar
el ritmo detonante de los días.
Rudos, rabiosos, cadavéricos.
Los días que
con el fuego del volcán
se convierten en ceniza aromática.
La locura contingente de lo efímero,
el suceso latente que permanece agazapado
tras el telón de acero.
Y siempre adorable e inesperado, acontece
el perfume sorprendente de la evanescencia.
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