De la muerte no supe,
me convencieron
de que no debía dejarla
que viniera a buscarme.
Y me fui entre brumas
sin arreglar asuntos
pendientes de mi final,
deseosos de que les
aliviaran de mi carga.
No les importaba yo
solo su jodido derecho
a permanecer
felices comiendo perdices.
Y la muerte se quedó esperando
mientras los salvajes vinieron por la puerta
de atrás.
Y la ley ganó a la cordura
y los médicos mataron
y los familiares suspiraron
y la masa dejó de agitarse
y el erario respiró aliviado.
Todo estaba cumplido.
Y yo jodidamente tranquilo
reposando bajo un epitafio de
progresía malintencionada.
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