Caminando solo.
Cope León.
18 diciembre 2020.
Fue la noche del pasado sábado.
El hombre yacía tendido dibujando un garabato desmadejado sobre el pavimento.
Aunque no era una de esas noches rigurosas de diciembre leonés. Sí hacía falta manta para sobrellevar el frío. Su cabeza recostada sobre una mochila negra. Abultada. A su lado una bolsa en la que asomaban varias prendas de vestir. Calzaba botas en buen estado. Vaquero y gabán largo. Presencia inofensiva. A su lado una lata semiacabada de la que surgía un reguero de cerveza desahuciada, tal vez como el consumidor, que trazaba una suerte de arroyo como de óxido sobre la acera, como el esos que emanan esas cañerías desajustadas tiñendo incómodamente el suelo.
Desde la ventana observé pasar a una mujer con su perro. Una mirada de soslayo y el perrito siguió su periplo tan feliz. Meneando jubiloso su ratito despreocupado. Recordé la parábola del buen samaritano.
Llamamos a la policía. Parece que Jaime se había quedado fuera de su casa sita en Puerta Obispo. Se despertó entre brumas. Y nos miro tras unos deslavazados ojos anclados en recuerdos cantábricos.
Le llevamos un vaso de leche caliente. La policía hizo unas comprobaciones.
Eligió quedarse a dormir en la calle. No están los tiempos para meter gente en casa.
Sobre las 3 de la mañana se despertó. Tomó la manta que le habíamos llevado y se marchó calle abajo tal vez comiendo alguno de los bombones que acompañaron a la leche. Recordé aquella noche de Belén, la soledad, el frío, la pena del rechazo.
La tristeza de los marginados, refugiados, los desheredados y desarraigados.
Ningún hombre debería dormir fuera.
Y recordé aquellos versos de Antonio Machado “Voy caminando solo, triste, pensativo y viejo”
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