Salíamos de misa.
Le noche estaba oscura en el arco de la Cárcel.
Un otoño aprendiz de invierno.
Tirado sobre la acera un bulto con apariencia humana.
Los transeúntes pasaban a su lado mirándole de soslayo aguijoneados por una conciencia que les apremiaba a detenerse para el auxilio. Pero el sentido del deber no lograba vencer ese miedo que a veces nos supera.
Aquel bulto con apariencia humana tenía visos de peligro. Lo mismo debajo se escondía un asesino de la peor especie. Así que ante la duda mejor ignorarlo no?.
Cecilia y yo nos acercamos.
.- Hombre. ¿ Está bien?
Una voz como de ultratumba exclamó
.- ¡Me duele!
Dulcifiqué el tono para infundir confianza. Quizá fuera un caso de excesivo apaleamiento. Las personas también sufren aunque sean los animales los que muchas veces se lleven la fama.
.- Pero hijo ¿qué le ha pasado?
Me atreví a desabrochar el sucio gabán para descubrir una cabeza hundida.
El rostro mortecino de un anciano.
Por su nariz bajaba un pequeño hilo de sangre. La sangre de una tristeza. En la frente una herida cubierta con una tirita que supuraba. Abrió levemente sus ojos azules. Pelo cano. Frente surcada de arrugas. Al lado de su cabeza una sucia maleta raída.
.- Vamos a llamar al 112.
.- Ya vienen. Exclamó un joven que surgió de no se donde.
A continuación un coche de policía con las luces azuladas montó en la acera.
.- Pero hombre ¿qué le pasó? ¿Le han pegado?
El policía hablaba con amabilidad. Se estaba dirigiendo a un anciano desamparado que yacía en una acera fría una noche de octubre.
.- Tiene sangre en una mano.. Le dije al otro agente.
.- Mira , le dijo el policía al compañero, lleva una pulsera del hospital. Acaba de salir de allí.
Se acercó un chico joven con una cazadora marrón de cuero.
.- Soy médico. Dijo
Por favor vayan despejando la acera, inquirió uno de los agentes con autoridad.
Mientras tanto una mujer comentaba escandalizada la osadía del borracho.
Mi hija se enfadó
.- Esa señora es estupida mamá. Venga a meter mierda sobre el pobre anciano pero descuida que no le ayuda. Ojalá esa sensación fuera la que siempre nos acompaña.
Marchamos las dos hacia casa del brazo con la sensación de haber hecho lo que teníamos que hacer.
Ahora, rememorando el episodio de ayer he recordado esta canción de Gabinete Caligari que tanto me gustaba bailar en la discoteca hace “titantos años”
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