El título puede sonar a lento bailado suavemente a La luz de la luna.
Pero es uno más de esos clamores disidentes y a menudo sensatos que abogan por ralentizar, desacelerar, o echar el freno de mano en los casos más sangrantes a ese acelerado estilo de vida que hemos tenido a bien adoptar como habitual.
En el tiempo de la inmediatez que nos tiraniza a golpe de whatsapp, Facebook, Twitter y demás redes sociales parecemos haber sucumbido a esa aceleración implacable que nos impulsa a contestar todo inmediatamente enfadándonos porque nos dejan en leído o porque el interlocutor virtual no atiene instantáneamente cualquiera de nuestros requerimientos digitales.
Secuestrados por la prisa cedemos a la impaciencia y nos dejamos vencer por un desasosiego enfermizo que nos lleva a ninguna parte.
Y en ese contexto triunfan el postureo, y el exhibicionismo que da rienda suelta a nuestra vanidad. Una competición frenética que también tiene su traducción en nuestra salvaje manera de administrar los recursos. El acelerador nos lleva a un consumo desaforado que tiene su traducción en una sangrante forma de administrar nuestro entorno natural. Más que usar exprimimos y devastamos.
Y en medio de este desenfrenado carrusel surgen voces como la del filósofo-economista Serge Latouche, abanderado de una revolución que denomina decrecimiento. Para él la palabra clave significa reducir la sobreproducción y el consumo en beneficio de formas de riqueza más saludable para el ser humano como la amistad, o el cultivo de las relaciones familiares. Latouche afirma que si la felicidad dependiera del consumo seríamos intensamente más felices. Hoy - afirma- consumimos veintiséis veces más que en tiempos de Marx y sin embargo nuestras felicidad no es igualable a nuestro ritmo de compra y bienestar meterial.
Sus reflexiones hacen verdad aquella visión de Gandhi que decía que el mundo es lo suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos pero demasiado pequeño para satisfacer las avaricias de unos pocos. Ya lo dijo Jesús de Nazaret hace tiempo: “No llevéis nada para el camino: ni bastón , ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco llevéis túnica de repuesto”. Bien conocía el Maestro la tendencia de los suyos al acaparamiento desmedido.
Slow life, vida pausada, como la de una canción suave. Bailando con cadencia y suavidad...como aquellos lentos de antaño...a media luz.
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