Cuanto más pasan los años saben mejor los recuerdos. Reliquias que cobijan retazos de nuestra niñez. Objetos que atesoran instantes únicos. Que evocan aromas de infancia como el bizcocho que hacía mi madre, el olor a río que acompañaba aquellas tardes de verano perfumadas de alijustres y brezos, la brisa marina que envolvía aquellos paseos por la bahía, el sordo pasar de las hojas de aquel best seller estival mientras nuestras pieles ingenuas se dejaban tostar por un sol irresponsable.
Y enredado en todos ellos estaba mamá. Tu madre y la mía. Ausentes a la par que atentas . Delicadas, implicadas. Dispuestas y Serenas. Pacientes y cómplices al igual que esa madre celestial que protagoniza la leyenda de La Virgen de las mandarinas que contó el Papa.
Es una tierra donde hay muchas mandarinas, ¿cierto? Y dicen que es la patrona de los ladrones (risas). Dicen que los ladrones van a rezarle. Y la leyenda – como la cuentan – es que los ladrones que rezan a la Virgen de las mandarinas, cuando mueren”.
Luego “van a la fila ante Pedro que tiene las llaves, y abre y deja pasar a uno, luego abre y deja pasar a otro, y la Virgen, cuando ve a uno de estos les hace una seña para que se escondan y luego, cuando ya todos han pasado, Pedro cierra y se hace de noche y la Virgen desde la ventana lo llama y lo hace entrar por ahí”.
Porque Madre no hay más que una... bueno en nuestro caso dos.
¿Recuerdas esa canción?
♬♬♬Tengo en casa a mi mamá pero mis mamás son dos en el cielo está la Virgen que es también Madre De Dios.♬♭♫♪♩
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