La muerte se ha olvidado de nosotros. Afortunados. Menos mal que la abuela duerme. Cuando salimos de Qaraqosh no sabíamos dónde acabaríamos. Daesh nos dio veinticuatro horas para decidir convertirnos, pagar el tributo individual por cada miembro o marcharnos definitivamente. Nadie quiso claudicar. Por eso acabamos aquí. La abuela lloraba por sus ojos sin vida. Así que decidí llevármela cargándola en brazos kilómetros y kilómetros a través del desierto. Los kurdos nos tratan bien. Pero echo de menos a mis amigos, y a Myrian. Esos ojos miel en los que me gustaba perderme. Quizá mañana podamos regresar a casa.
Belleza. Quiero captarte en esos instantes para apropiarme de un poco de eternidad...
miércoles, 23 de mayo de 2018
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