Con los años uno corre el peligro de volverse un poco pájaro de mal agüero y transita por el mundo flagelándose con ideas recurrentes sobre la cantidad de cosas que pudieron haberse hecho y no se hicieron.
Pude haber estudiado algo o más de lo que lo hice, pude haber opositado y tener mayor estabilidad laboral, pude haberme quedado soltero y entero o haber elegido a aquel individuo o individua con la que hubiera sido la o el más feliz de los mortales mientras nos embriagábamos de lunas, estrellas y demás objetos celestiales.
Nos vamos encapsulando en la apatía y la tristeza sin apenas darnos cuenta y mientras tanto los minutos se deslizan por las rendijas de nuestros dedos con una rapidez que amenaza con dejar nuestras manos vacías.
Tendemos a destapar nuestras ensoñaciones causándonos daño en vez de mirar con optimismo y esperanza la realidad que nos rodea, que a menudo es más apasionante de lo que nos empeñamos en verla.
¿Por qué nos gustará tanto calarnos las lentes del ojalatero?. ¡Ojalá no hubiera hecho esto o aquello!. Pues ya está. El pasado es irremediable e irremisible.
Toca ahora calarse los anteojos del recomienzo.
Nunca es tarde para empezar un libro, aprender algo nuevo, acariciar a la pareja descuidada, abrazar con ternura al padre anciano, destinar un tiempo a escuchar la última locura del hijo adolescente , soñar con un futuro mejor para el miembro más débil y desprotegido de nuestra familia, retomar la relación dormida con aquel amigo que se fue aunque nunca del todo.
Basta con remontarse a si mismo y alejar los pensamientos negativos y las emociones tóxicas. Requiere un esfuerzo que compensa. El resultado será edificante, no lo dudes.
Siempre es posible emprender de nuevo el vuelo aunque algún ala esté un poco rota, no importa, lo peor que puede suceder es que haya que volar un poquito más bajo, así será posible apreciar mejor el detalle.
Respira hondo. Y si lo necesitas pida ayuda. De lo alto nunca te ha de faltar.
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