martes, 31 de enero de 2017

A LA ESPERA DE DIOS

Resultado de imagen de una amiga bautizó a Simone Weil


   Cada vez más proliferan en mis clases alumnos que no corresponden con el perfil tradicional de alumnado de religión. Entre ellos he contado con musulmanes, no bautizados, escolares pertenecientes a familias monoparentales e incluso algunos educados por parejas del mismo sexo.
    Estos días estoy leyendo los escritos de una famosa filósofa judía no creyente llamada Simone Weil que murió seducida por el cristianismo. De la mano de San Francisco, fue durante una visita  a Asís cuando en la capilla de Santa María degli Angeli, la misma en la que a menudo rezó el célebre santo, la filósofa se vio impulsada a rezar por primera vez de rodillas. Su vida fue una lenta conversión que culminó con un atropellado bautizo de última hora que una amiga tuvo la inspiración de administrarle aunque este no es un dato confirmado por sus biógrafos. Uno de los más sobresalientes rasgos de esta intelectual francesa es la coherencia entre su doctrina y su existencia, probidad que le llevó a abandonar su cátedra de Filosofía - que había conseguido con tan solo 21 años - para entrar  a trabajar como peón fresador en una fábrica. Este fue el primero de una serie de intentos por pasar al campo de los vencidos. Toda su vida fue un ejemplo de coherencia y fidelidad a un Dios Padre que vislumbraba. En una de las cartas que escribió a un sacerdote que fue decisivo en su conversión afirmaba "Tuve la certeza de que el cristianismo era por excelencia la religión de los esclavos, de que los esclavos no podían dejar de adherirse a ella, y yo entre ellos". 
   Leer sus escritos es respirar a Cristo.
   Por eso cuando miro a esos alumnos en búsqueda de un Dios que parece escondido pienso en Simone. Si Dios llegó hasta ella ¿por qué no va a repetirse en ellos?.



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