Necesitaba su risa para alimentarme, - yo siempre he sido una mujer bastante seria, más bien insulsa y poco dada a los folletines - pero durante aquellos años creo que hasta mi personalidad cambió. La más trivial de sus palabras cobraba un universo de significados. Interpretaba sus gestos y los coleccionaba custodiándolos en el arca de mis más íntimos secretos como quien cobija el más preciado tesoro. ¡Cómo me dolía el alma cuando se despidió!. Suspiraba recreándome en los posos que habían dejado sus palabras y su ausencia provocaba un continuo serpenteo volcánico en mi pecho. A veces hubiera deseado no haberle conocido y sin embargo nunca me ha embargado más hermosa sensación que aquella agridulce y tormentosa desazón cuando recibía noticias suyas. Sólo ver su nombre escrito provocaba mil y una sensaciones vertiginosas. Era como arrojarme por un delicioso precipicio en arrebatadora locura. Deseaba caminar a su lado. Necesitaba apurar aquellos minutos que pasábamos juntos. Cada nueva cita era una quimera de ensoñaciones que ocupaba eternidades recreadas antes durante y después. Pero él se marchó a la Argentina y nunca supe más de él.
Es todo lo que recuerdo de aquel primer novio, además de su nombre. Se llamaba Andrés, Andrés Mendoza. Pero aquellos tiempos me quedan lejos.
.- ¡Jo!¡Abuela me has dejao flipao!. ¿Tu al abuelo le decías eso?. Pues le debías tener loco
.- Bueno Nacho no creas, tu abuelo fue sin duda el hombre definitivo. Pero aquel novio lo recuerdo con un especial cariño. Dicen que cuando te enamoras sientes mariposas en el estómago. Y aquellos tiempos de noviazgo adolescentes eran un continuo ir y devenir de bandadas de mariposas.
.- Espera abuela déjame que coja la tablet. Estas diciendo unas cosas alucinantes. Tengo como para una docena de estados de whatsup.
.- ¡Déjate de tablets Nacho!¡Vive el día! y coge la baraja ¿no íbamos a echar un tute?
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