jueves, 12 de enero de 2017

LIBERTAD CON ESPINAS




Yo tenía 20 años y él ya no tenía edad.

Se balanceaba al borde del derribo mientras transitaba errante por Ordoño una noche de invierno.

Era toxicómano. Y se llamaba José.

La primera vez que le vi iba completamente vestido de negro, bolsa de viaje colgada al hombro. Pedía cincuenta pesetas para el autobús.  Difícil resistirse a aquella atractiva sonrisa...sobre todo para una adolescente soñadora con bastantes pájaros en la cabeza.
Trabamos amistad. Conocedora de que no debía darle dinero le compraba dulces y llegamos a tomar algún que otro café. Un día, llorando de desesperación me decía que desearía que le ataran a unos barrotes para no ir a buscar su pico diario. Pero la heroína era la reina de su cerebro, y lo manejaba a su antojo de la mañana a la noche.

Su nivel de deterioro llegaba hasta ese punto en el que había perdido por completo el dominio sobre su voluntad. Mi amigo no tenía amigos, su familia le había dejado por imposible, todas sus relaciones giraban única y exclusivamente en torno al mundo del trapicheo. Era experto en el arte de manipular. Pero de vez en cuando recordaba con nostalgia su vida anterior de amigos y charangas: 

.- No te puedes imaginar cómo tocaba la guitarra, Marta

Por eso cuando le vi de aquella manera, tambaleándose como un gigante herido, acudí a Proyecto Hombre pensando en los milagros. Supuse que allí podrían rescatarle. Eran tiempos de ingenuidad en los que pensaba que las baritas mágicas existían en las manos de algunas personas o instituciones. Pero José era un viejo conocido de la casa, había salido y entrado varias veces, conseguido finalizar el Programa e incluso reinsertarse, pero al final siempre volvía a recaer en brazos del caballo. Su atracción por la heroína era insuperable.

Recordé esta historia y a mi amigo -por el que aún rezo en bastantes ocasiones - ayer mientras escuchaba a los tres internos del Centro Penitenciario de Mansilla de la Mulas contarnos su experiencia con las drogas. Miraba a mis alumnos y al resto de jóvenes que allí se encontraban. Y pensaba en José mientras les oía hablar de libertad. 

Uno de los reclusos, un bondadoso sevillano que ha pasado más de 34 años en la cárcel aseguraba que su libertad siempre estaría cuajada de espinas: las penas que su comportamiento había dejado en el corazón de su madre. 

.- Nunca voy a poder perdonarme todo el daño que le he hecho a mi madre. Su vergüenza y tantas lágrimas que ha derramado por mi.

¡Ojalá los tres consigan sus sueños de reconquistar el tiempo!

Mi amigo Jose apareció un día muerto de sobredosis en un banco del Parque de San Francisco.

Me pregunto si de este modo él realmente pudo conseguir su libertad. 

Yo quise liberarme del fantasma de su recuerdo haciéndome voluntaria de Proyecto Hombre. 

Y entonces conocí muchas otras historias...

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