Me resisto a cerrar esta saga de éxodos terrenales con mal sabor de boca.
Pienso en esa pequeña adorable de andar pausado y trenza atrevida que ha sido valiente para dar la cara por un compañero al que otros le están haciendo la vida imposible. En varias ocasiones se me ha acercado angustiada pidiéndome ayuda. Le urge la felicidad de su compi. Ahora el asunto está resuelto o al menos eso parece.
A menudo este tipo de personas pasan desapercibidas. No sobresalen ni brillan deslumbrando. Pero tienen un corazón pleno de ojos que saben mirar. Nadie suele fijarse demasiado en ellas, pero son auténticos ángeles cuyas alas permanecen ocultas. Atentas, diligentes y con una sensibilidad especial invisible a muchos ojos. Saben captar la aflicción ajena y compadecerse de los que sufren. Son héroes anónimos.
Eso también es ser misionero. Tener una vocación noble ¿y hay algo más loable que ayudar al que está próximo?. Como os dije esta mañana no hace falta irse a África o a Asia para ayudar a los demás. Basta con violentarse un poquito para saltar de esa zona de confort en la que me siento tan "a gustito".
Esta mañana vi llegar a mi preciosa alumna al centro. Sola. Pensativa. Anónima.
Su presencia y el abrazo "bellido" que me regaló otra niña de pelo morado durante el recreo fueron bálsamo para la nostalgia por el terruño que yo también tuve recientemente que abandonar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario