El reloj derramaba las horas languideciendo sobre el estante mientras lloraba la ausencia del fugaz beso que pudo terciarse al atardecer.
El momento quedó en un suspiro que los amantes proyectaron en vano para soñarse una vez más.
Una vez más la esperanza había sido alimentada por fuegos fatuos de ilógicos anhelos que se resistían a cesar.
La niña rezaba rosas para deslindar los nudos que Cupido ató una madrugada de otoño.
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