(Basado en "El traje nuevo del emperador" de Hans Christian Andersen)
Érase que se era un pueblo de gente un tanto necia. Tan obtusos eran aquellos habitantes que tenían por monarcas a un rey y una reina tan pagados de si mismos que sólo pensaban en la manera de impresionar a sus súbditos ganando día a día en vanidad y simpleza. Les gustaba reinventarlo todo: ideas, géneros. Por reinventar hasta se reinventaban a si mismos. Un día el rey era la reina, y otro la reina decidía ser el rey. Los súbditos esperaban anhelantes conocer la última chaladura real. El caso era recibir novedades. ¡Lo cotidiano puede resultar tan aburrido cuando no hay fundamentos!
Un buen día decidieron echar la casa por la ventana en su afán de impresionar al populacho y decidieron convocar a los mejores sastres del reino para retarles a confeccionar el más maravilloso de los trajes. Aquel artesano que realizara el traje y vestidos más hermosos y deslumbrantes para ennoblecer y engrandecer a sus nobilísimas majestades ganaría una suculenta recompensa.
Y he aquí que entre los convocados se presentó un aprendiz que no era ni el más diestro ni el mejor artesano pero que si tenía el gracejo y astucia del charlatán embaucador y con las más ingeniosas artimañas se coló entre los nominados a la mejor pareja de trajes.
La mañana en que los reyes entraron en el taller del pretencioso artista los monarcas acudían expectantes. El sastre les había dicho que sólo los más sabios y cuerdos serían capaces de apreciar las líneas y belleza de tan ilustre vestuario.
Y con exquisita ligereza apartó la sábana que cubría los maniquíes que servían de soporte a aquellas joyes textiles.La perplejidad de los monarcas era indescriptible. En vano sus ojos porfiaban por vislumbrar tan esmeradas confecciones. Pero sólo atisbaban los soportes desnudos de cualquier ropaje. No obstante había que disimular. ¡Mostrarse como reyes ineptos era lo último!
El día de desfile el pueblo exultaba de gozo. Orgulloso de contar con unos monarcas tan admirables y modernos el gentío se lanzó a la calle para disfrutar del espectáculo real. Los reyes iban a exhibir aquellos fastuosos ropajes que tenían la virtud de revelar la sabiduría de los espectadores. Virtud increible sin duda para un simple trozo de tela. Pero todo era posible en aquel dominio en el que reinaba la confusión en medio de una aparente normalidad. Es lo que tiene vivir en tiempos donde se impone la dictadura del relativismo extremo conocido con el sobre nombre del "todo vale".
.- ¡Mirad están desnudos!¡Un hombre y una mujer!No los veis?¿Está claro?
Cuando el resto de los espectadores quisieron unirse a los comentarios jocosos un grupo de guardianes de la ley se llevaron a aquellos niños para encerrarlos. No fuera a ser que fuera contagioso volverse cuerdo en aquel reino de necios.
Y los niños fueron encerrados en una sombría cárcel para acallar sus voces,,,aunque no todos,,,
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