viernes, 24 de marzo de 2017

AL ATARDECER DE LA VIDA


 Todos los recreos veo a esa abuela mirar a los gemelos a través de la valla.
Cuando la ven los niños acuden con cierta unción a recibir las encomiendas del día. Después de hablarles,  la mujer permanece inmóvil oteando sus horizontes y evaluando los movimientos de sus retoños. Quizá busque indicios de malas influencias que puedan apartarles del buen camino.
Me fascinó su historia desde el momento en que la contaron en una evaluación inicial.

.- La abuela dice que no puede más, contaba aquella profesora.

Tras la intervención de los Servicios Sociales para retirarles la custodia a unos padres toxicómanos fue la abuela quien decidió asumir la tutela de aquellas  criaturas marcadas por el desamparo. Con muchas goteras y una exigua pensión la octogenaria lidiaba cada día con la dura realidad de sacarles adelante.

Un día uno de ellos llego a clase con los libros metidos en una bolsa de supermercado.

.- Profe llegué a casa con los libros mojados y la mochila estropeada. Ahora mi abuela me ha castigado a traerlos en una bolsa de plástico durante un mes. Dice que así aprenderé.

Carai con la abuelita. Tremendo carácter para estar al borde de tirar la toalla.

  Atisbo una Vida repleta de energía que destella gracias al empuje de una sabia joven que requiere canalización. La anciana mujer debería reposar serena en su atardecer de la misma manera que un río discurre plácido cuando el día declina. Pero no es posible cruzar los brazos cuando hay tarea. Pienso en que sus días  declinan pero cuando la observo percibo que su   luz brilla aún con una hermosa intensidad plateada, como las canas que pueblan su hermoso cabello.


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