viernes, 2 de agosto de 2019

GIMNASIOS



GIMNASIOS 
Por Marta Redondo.

La reunión de taichi es mañana a las cinco.
Ese era el contenido que desvelaba el número uno en rojo colocado sobre el icono de Whatsapp.
En el gimnasio. Aclaraba.
¡Quién lo hubiera pillado en aquellos tiempos mozos en que no teníamos de eso! Cuando no había más gimnasios  que las carreras matutinas por el camino que discurría paralelo a la vía del tren, ni más deporte que los partidos de futbito en la cancha del instituto o las panzadas de agua en pandilla en el pozo “Chusco” en los atardeceres del Torío. 
Pero hoy los imperativos que nos han traído las ansias repoblatorias ante los desafíos de la España rural vaciada requieren medidas urgentes también en materia de hábitos de vida saludable, ocio y bienestar. Así que no podía faltarnos un gimnasio en el pueblo, que la piscina ya la tenemos hace tiempo. Mobiliario deportivo que, como reza la célebre tonada de Villabalter, gozamos “como los de la ciudade”.
 Y el nuestro es un gimnasio en condiciones, a la manera de aquellos centros de entrenamiento griegos. Aunque aquí  no va la gente desnuda -gimnasio proviene del griego gymnos, que significa desnudez- y es que así era como entrenaban aquellos atletas griegos para exhibir los atributos físicos de toda índole. Así que no creamos que lo del uso de tanto auxilio y potingue para realzar a la Afrodita o Hércules de turno es cosa novedosa. El culto al físico imponente se viene cultivando ya desde antes de Cristo. Baste recordar los cánones de belleza representados en la Venus de Milo o el discóbolo de Mirón. Aunque tales figuras de héroes, dioses y diosas pululan hoy encarnadas por nuestros gimnasios sudorosas y jadeantes paseándose entre máquinas y aparatos deportivos para envidia del resto de los mortales que nos afanamos por emularlas  de mil modos, tales como corriendo como hámsteres  en estampida sobre las cintas transportadoras de sueños.
Otra de las virtudes de  estas  auténticas instituciones  era  ser punto de encuentro para filósofos. En aquellos tiempos los griegos consideraban la actividad física incluso superior a la retórica y la gramática, y procuraban, en su afán por buscar una educación integral, dotar estos espacios de encuentro de las comodidades necesarias para propiciar tertulias y especulaciones varias . Y en eso también se parecen nuestros gimnasios. No hay más que quedarse tendido en la sauna para que lo divino y lo humano fluya  de los labios de los usuarios con la misma fluidez que los efluvios humeantes que relajan mente y espíritu. Que si la mujer no me entiende, que si el niño me suspendió, que carai con los pactos y la clase política. En fin, auténticos divanes de psicoanálisis a la par que  areópagos vaporosos.
  Son pues, lugares recomendables para gente sana y sociable pero qué quieren que les diga. En estos tiempos veraniegos no encuentro mejores gimnasios que las hermosas praderas rodeadas de montañas calcáreas preñadas de vida ni adivino movimientos más saludables que los de las  piernas deseosas de conquistar caminos y veredas o los de unos ojos que se embelesen enredados   en  las crestas de esos montes leoneses que son la envidia de cualquier Olimpo.


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