El ciclo de la vida
Julio y agosto son meses de amable anarquía. Nuestros pueblos se ponen de brazos en jarra plantándose frente a ese aciago título de España vacía que han querido colgarle por mucho que tenga de cierto. Tiempos en que las terrazas rurales cuelgan orgullosas el cartel de lleno y toca regocijarse escuchando la algarabía de chiquillos que corretean por las calles de canto rodado. El ritmo se ralentiza y hasta los perros parecen ladrar más despacio. Las nubes se tornan plácidas y serenas procurando incordiar lo menos posible a un cielo azul rabioso que conoce que es su tiempo de reinado. Riadas de muchachadas de campamentos que cruzan en marcha por los caminos tiñendo de colores el sabor local mientras los ancianos observan con los ojos entrecerrados. Parecen querer huir no se sabe si de un sol abrasador o de las remembranzas que atizan de lleno el ánimo preñando la tarde de nostalgia.
Tiempo de charlas y de tertulias a la salida de misa. De reencuentros de amigos y amigas que se conocen de toda la vida porque empezaron su educación en la escuela del pueblo, trabajaron en e, taller de bicicletas del pueblo, o fueran juntas a un curso de corte y confección en la academia de la misma vecina. Ratos de partidas de mus al aire libre. Mañanas inauguradas por el canto polifónico de aves varias. Noches estrelladas que rebosan confidencias. Horas en las que parece no pasar nada como si ya hubiera pasado de todo y haya que contarlo al ritmo ralentizado del paso que acusa el descanso de los meses pasados. Tiempos en que los paseantes nocturnos hacen recuento de las casas cerradas, los negocios que prosperan, los bares que aún permanecen abiertos o se explican la cantidad de tanatorios que últimamente proliferan por la zona teniendo en cuenta el alarmante número de defunciones que no gozan de tasa de reposición. Pocos carritos de niños cruzan las calles y los escasos retoños que se ven acaparan los mimos y carantoñas de propios y extraños que les procuran las atenciones propias de su rango de rareza. Pocos infantes hay en nuestros pueblos sin duda.
Movimientos de entrada y salida que le dan cierto movimiento al pueblo que sin embargo permanece siempre inalterable como esperando el retorno de los pies que cada año vuelven a pisar la tierra de los ancestros. La tierra de antaño. La que abonamos con nuestra vida. Al ritmo de las estaciones. El ciclo de la vida.
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