Estoy sentada en la plaza de España tratando de medir el pulso de una ciudad en donde residen de modo habitual tres millones y medio de almas herederas de un antiguo Imperio. Riadas humanas multicolores tiñen de tonos mundanos anchas vías y encantadoras cellejuelas . Y es que esta vieja urbe, antigua capital del mundo, soporta de media unos 14 millones de turistas con los que mantiene todo un inmenso patrimonio que de por si solo parece justificar y hasta disculpar los inconvenientes del caos que soporta. Ese aire de dejadez de una ciudad que se sabe poseedora de un encanto que no necesita demasiado aderezo ni retoque. Se puede permitir el lujo tener un mobiliario urbano descuidado, un servicio de transportes poco controlado y un tráfico camicace, sobre todo para los peatones ilusos que esperan que los pasos de cebra sean lance seguro para ir a la otra orilla.
Aquí nadie sabe cómo pero al final las cosas siempre acaban siempre funcionando, quizá por ese desparpajo latino o tal vez se deba al influjo del vecino estado sede de la Iglesia Católica Apostólica Romano cuyo Basílica principal tiene sus cimientos sobre los restos de la sangre de los mártires Cristianos. Aquí han residido durante más de 2000 años los 266 pontífices máximos sucesores de aquel pescador de Betania al que Cristo nombró primus inter pares. Un lugar del que la periodista Paloma Gómez Borrero dice en su libro Caminando por Roma que “ no parece el mejor sitio para que se sientan a gusto los amigos de un pescador y un carpintero”.
Esta ciudad está llena de ruidos entre los que resuenan los rugidos de los leones que se relamen en el circo Romano o las fieras que claman sangre en la gradas mezclándose con los choques del acero de los gladiadores q. Pero también se escucha la música que acompaña los desfiles triunfales de los cesares, o la que alegra la Piazza Navona o la del Popolo, o quizás se confunda con el rumor de la Fontana de Trevi que recibe las monedas de los enamorados que sueñan con retornar a la ciudad eterna.
Es fácil imaginarse los coros celestiales de una Santa cuyo busto permanece tendido en la urna de una de las Iglesias más hermosas que se construyeron en Trastevere. Una mujer fuerte que luchó por defender su Fe y ser fiel a sus principios. Cecilia continua tendida esperando abrazar el sueño de la eternidad. Una eternidad que parece resistir también entre esas ruinas de los foros imperiales que contemplamos desde una de las siete colinas mientras comenzamos a sacar el pañuelo.
¡Arrivederchi Roma!
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