lunes, 1 de abril de 2019

CON BUENA LETRA

Columna Sección Opinión.
La Nueva Crónica de León.
1 de abril de 2019

CON BUENA LETRA



En aquel año, mientras en Alemania Daimler y Maybach  presentaban  el primer automóvil de combustión interna y Plank publicaba su principio de conservación de la energía,  el polaco Zamenhof inventaba un idioma  con aires de concordia llamado esperanto. En Rusia, raudos violines gitanos desgranaban ritmos hispanos por capricho de un  compositor apellidado Rimsky-Korsakov mientras en España las galdosianas  Fortunata y Jacinta escandalizaban enfrentándose  por su chico. Por entonces, también el controvertido Nietzsche, alumbraba su genealogía de la moral donde realizaba una profunda revisión de todos los valores vigentes proponiendo un nuevo orden.
Hablamos de 1887. Y en todo este maremágnum, la ciudad de León aparecía como un pequeño microuniverso de  10.000 habitantes donde la mayoría de  la población se dedicaba a la agricultura y la ganadería. Los días se sucedían apacibles.  Lo propio en una ciudad de provincias. Aunque con un feliz  rasgo distintivo: La ciudad presentaba el mayor índice de escolarización de España. Fue durante esa época cuando él lacianiego Francisco Fernández Blanco y de  Sierra Pambley, conocido como “D. Paco”, cumplía un sueño: una obra educativa que facilitara el acceso  de los más desfavorecidos a la cultura. Nacía así la Fundación Sierra -Pambley.
 La primera tarea consistía en  buscar docentes formados para alumnos necesitados. Se seleccionaron profesores que se enviaron  a los centros industriales y a las escuelas francesas e inglesas para ampliar su formación. Tras el período formativo, los profesores regresaban y enseñaban con los métodos aprendidos. A los alumnos, se les proporcionaba gratuitamente el material. Los deseos del fundador a los maestros se expresaban en su carta de nombramiento : «Nada de libros de texto para los chicos: que escriban en sus cuadernos las ideas que recojan de las lecciones que Vd. les dé, a fin de que se desarrolle en ellos el entendimiento con preferencia a la memoria». Los niños escribían así las lecciones en sus cuadernos, eso sí, con buena letra, que se llevaban a sus casas al terminar el período escolar  siendo el mejor resumen de un buen aprendizaje. 
Se fundaron escuelas en Villablino, Hospital de Órbigo, Villameca,  Moreruela de Tábara y León.  Y se optó por un  método educativo intuitivo y experimental rompiendo moldes con la enseñanza tradicional.
Son conocidas las conexiones de la fundación con la Institución Libre de Enseñanza que después, derivó en la prestigiosa Residencia de Estudiantes de Madrid. Allí residieron  y compartieron los Buñuel, Dalí, García Lorca, Eugenio D’ors , Severo Ochoa, Manuel de Falla   y numerosos nombres destacados de la ciencia y cultura española de los primeros años del siglo XX.  Sería interesante poder resucitar a  alguna de estas personalidades para preguntarles qué recuerdan de sus maestros. Descubrir en qué medida fueron responsables de sus procesos creativos. 
Al fin y al cabo a una siempre le gusta que la recuerden,  aunque sea para bien.


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