El bueno de Quasimodo se descuelga desolado por el bosque santo en llamas.
Aúllan los miserables, y las gárgolas heridas mientras se despiden de la casa que custodian . Se quiebra la tarde plomiza. Las lágrimas de los querubines tampoco apagan el fuego . Y los amantes que soñaban con quererse a la sombra clandestina de los muros santos se sobrecogen uniendo sus manos distantes.
Los turistas intentan captar en vano los fuegos fatuos de las almas en pena que abandonan presurosas las tumbas de la Catedral.
El Sena aminora su curso queriendo detener el tiempo.
Paris contiene el aliento compungido mirando teñirse de rojo candente el atardecer. Hoy su Luz tiene un tinte de luto.
Y una mujer canta al amor soñando con volver a ver reconstruida Notre Dame aunque sea al final de sus días.
En blanco y negro sueña Edith con su cielo mientras a su espalda se alza intacta la belleza de la dama engalanada como Jerusalén celeste.
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