El diccionario de la RAE define el término auténtico con dos acepciones. La primera de ellas , que es realmente lo que parece o se dice que es . La segunda, que está autorizado o legalizado y tiene valor oficial. Pero si analizamos ambas e intentamos interrelacionarlas, podemos llegar a descubrir que ambas definiciones pueden encontrarse enfrentadas. Es decir, algo que no es cierto, puede llegar a serlo si yo lo hago veraz a través de una ley que así lo declare. Y al contrario. Una certeza puede ser derribada por un reiterado empecinamiento en negar su autenticidad.
Eso ocurre a menudo con muchas de las verdades históricas del cristianismo. Se niegan por el mero hecho de pertenecer al entorno de nuestra religión. Yo he escuchado con perplejidad a compañeros docentes negar la propia existencia de Jesús de Nazaret. Este hecho aparece perfectamente recogido por historiadores y paganos de los siglos I y II como el judío Flavio Josefo, los romanos Tácito, Suetonio y Plinio el joven; el griego Celso o el sirio Mara Bar-Serapión; textos no Cristianos como el Talmud y numerosos hallazgos arqueológicos que aún hoy siguen apareciendo. Lo mismo ocurre con la Resurrección. Ciertamente no hay pruebas físicas o tangibles que se puedan exhibir ante un auditorio ansioso de evidencias insoslayables, pero sí tenemos los testimonios oculares que aparecen recogidos en los Evangelios y Hechos de los Apóstoles, además de la sangre de los mártires sobre la que se edificó la misma basílica De San Pedro del Vaticano. Tanta y tanta sangre derramada por defender el nombre de nuestro Maestro
. Ahí tenemos, además , una posible prueba científica depositada en la catedral de Turín. Esa misteriosa Sábana Santa, que ha sido analizada por un grupo de científicos de la NASA arrojando unos resultados realmente inexplicables para la ciencia.
Aunque algunos no harán caso ni aunque resucite un muerto.
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