Por Marta Redondo
Colaboración sección opinión La Nueva Crónica de León. 29 de abril de 2019.
Tengo una amiga india que vive enfrentada con media familia por negarse a acatar un matrimonio de conveniencia. Ella no habrá podido votar, aún no le han dado nuestra nacionalidad. Pues bien, aunque Indira profesa el cristianismo y no frecuenta gran parte de las costumbres de la gente de su país, su familia, mayoritariamente residente en EEUU, aún vive fuertemente aferrada a un sistema de castas que conlleva uniones previamente consensuadas. Como mi amiga ya tiene una edad, los suyos la consideran poco menos que una descocada por la desfachatez de andar rozando la cincuentena sin haber formado una familia “como Dios manda”. Piensan que esa pobre hija ya está perdida.
Cuando hablamos del tema, los profundos ojos de mi cobriza amiga se tornan firmes para expresar la seguridad de que es preferible continuar sola su camino de vida, que hacerlo mal acompañada. Asegura que los matrimonios a calzador, generan gran dosis de infelicidad amén de frecuentes infidelidades y demasiadas falsedades que se mantienen de cara a la galería. Un buen compañero debe ser honesto, cumplidor en todos los sentidos, y sobre todo leal.
Y de pactos conyugales y andanzas y legislaturas varias vamos a cansarnos de oír hablar en los próximos meses. Viviremos con desasosiego la publicación de las capitulaciones matrimoniales, observaremos entre gozosos y estupefactos los cortejos nupciales, los escarceos amorosos que debe exhibir cualquier seductor que se precie, nos maravillaremos cuando cada uno de los cónyuges despliegue su tapete de terciopelo para exhibir las ofertas de las más jugosas y codiciadas dotes para una feliz convivencia ( ¿o mejor deberíamos decir connivencia?), debatiremos sobre si los tortolitos han optado por el régimen económico matrimonial adecuado. Seremos testigos mudos de enamoramientos, lances y peleas de enamorados. Desearemos reconciliaciones o rupturas dependiendo de nuestra vinculación o simpatía con la pareja resultante de tanto tumulto y arrebato. Se sucederán los encuentros clandestinos, las declaraciones a pecho descubierto. Quizá se generen peleas con futuras familias políticas o tal vez alianzas insálubres para la comunidad de vecinos donde la nueva unidad familiar pretenda fijar su residencia. Los consortes se harán guiños de complicidad buscando una unión estable y duradera que asegure una larga y próspera vida política.
Mientras, los espectadores, asistiremos expectantes a todas las ceremonias deseando estabilidad y fecundidad para los nuevos y democráticos esposos por la cuenta que nos tiene.
El otro día Indira y yo hablábamos de lo difícil que es encontrar a la pareja idónea.
Yo no me fío de nadie Marta, me decía , de novios todo es prometer pero a la hora de vivir en común, es cuando se les ve el plumero. Cada vez que mi padre me saca el tema yo siempre le contesto lo mismo.
“Papá. ¡Yo no me caso!”