Clamaba por una respuesta.
Sentía agostado el corazón, reseca la lengua, adormecidos los sentidos.
Llevaba acumuladas muchas noches de hospital. Suplicaba a los médicos que le dieran una respuesta. La niña estaba realmente mal. Su hija se retorcía de dolor mientras en derredor sólo flotaban papeles, informes a medio leer y burocracia cansina. Se sentía como un expediente más, un caso aséptico, parapetada entre la pared verde y la fría cama en donde yacía la enferma sumida en la desesperacion del que no sabe por qué sufre.
La travesía se estaba haciendo dura, enterrada entre dunas de indiferencia, creía sentirse poco a poco atrapada por las arenas de aquel desierto.
Sólo los gemidos de la niña parecían reclamarle.
Sentía un sufrimiento abrasador.
Se levantó y procuró ir muy atenta. Se había aprendido muy bien el recorrido a la cafetería. Era fácil perderse en los largos pasillos de aquel edificio.
Vio un cartel. Lo leyó con desgana: ...La encontrarás en la planta baja, detrás del busto de la Reina Doña Sofía.
De pronto se vio perdida en un ala desconocida. Ensimismada en sus pensamientos había elegido un camino diferente. Tomó un ascensor y al abrir la puerta directamente apareció el letrero...tras el busto de doña Sofía...CAPILLA.
En aquel momento, salía el sacerdote ofreciendo una gran sonrisa. La puerta abierta, el Señor esperando entre paños morados. Recordó que era cuaresma. Se sentó en el banco dejando escapar todas las lágrimas contenidas...y leyó aquellas palabras...”Sin mi no podéis hacer nada”.
Permaneció durante muchos minutos paladeando La Paz de aquel oasis de silencio.
Salió reconfortada y Serena. Regresó a la habitación desierta de alegría, de las risas de su pequeña, de la algarabia que puede esperarse en lugar poblado por niños. La niña dormía plácida. Ambas estaban en paz. Tras el encuentro con el Señor su corazón había paladeado una brisa dulce y suave que la había cubierto de sosiego. Sabía que ahora todo iba a ir bien. El desierto llegaba a su fin.
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