La diminuta mujer exhibía orgullosa su pequeña cosecha. En aquel cuartito de hectárea estaba su vida y la de sus tres hijas. Los árboles de cacao rezumaban la riqueza que les estaba asegurando un futuro.
Con este poquito vivimos todos. La cosecha de cada mes da para que las niñas estudien. No quiero que les pase como a otras niñas. Aquí muy pocas saben leer, ni escribir, ni tan siquiera contar.
Mi tierra me da lo que necesito. No tengo necesidad de ir a la mina a sacar oro. No quiero mucho. Sólo lo indispensable para salir adelante.
Están acabando con nuestro bosque. La selva se muere. Los depredadores extranjeros le echan ese Mercurio para arrancarle a la tierra el oro. Ellos en sus pueblos no hacen eso y si lo hacen no de esa manera. No matan a su tierra dejándola estéril. Vienen aquí a robarnos nuestra riqueza por sueldos de miseria. Le arrancan las entrañas a la selva y luego se lo llevan todo dejándonos aquí pobreza y desolación.
Pero no saben que se están perjudicando y eso se volverá contra ellos. La Amazonia es el pulmón del planeta. Recién leí que ella solita produce el 20 por ciento del oxígeno del planeta.
Wilmer Fernández Ramírez, misionero peruano, nos contó esta historia y otras historias el pasado miércoles . Allí estuvo captando la atención de los alumnos como ningún profesor sabemos hacerlo. Trabaja con Manos Unidas para los wampis y los awajún, dos de los 385 pueblos indígenas que residen en la Amazonía. La visita tuvo lugar en el marco de la campaña anual de Manos Unidasque este año lleva por lema Comparte lo que importa.
Os cuento algo realmente hermoso. Los indígenas plantan varias especies en el mismo reducto de tierra. Las plantas se defienden unas a otras de las agresiones de insectos y se abonan entre ellas como arropándose. Cuando escuché esto miré a mis alumnos y soñé con que tal vez ellos alguna vez tengan el mismo impulso que Wilmar. Trabajar para otros arropándoles, dándoles abono y defendiendo a los más necesitados ante la barbarie de los poderosos.
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