Allí estábamos los dos abrazados en medio de aquella carretera abandonada.
Cualquiera que nos viera....
El muchacho llevaba intentando llamar la atención desde que iniciamos la etapa.
Primero le requisamos un cartón de vino. Luego hube de rescatar a uno de los alumnos más pequeños al que estaba importunando con sus burlas.
Aquel muchacho de pelo rojizo rezumaba pena y destilaba amargura a gritos contenidos.
Estando en el bar, durante el café, desafió la autoridad de los profesores y camareros pidiendo un chupito.
Chaval si no tienes edad.
Luis. Por mucho que tengas 18 años ahora no puedes beber alcohol. Esta es una actividad organizada por el instituto y ahora rige el Reglamento. El chico me miró desafiante. Le devolví la mirada con la firmeza de la que se sabe con autoridad. Fue entonces cuando vi flotando en el fondo de aquellos ojos de color miel la desesperación.
¿Que te pasa Luis?
Entonces aquel niño grande comenzó a llorar.
Nos apartamos del resto y comenzó a contar su desgarradora historia de maltratos y abandono. De pobrezas en las calles de la gran ciudad. Ingería alcohol desde bien pequeño. Bebía a escondidas.
Le arranqué la promesa de no volver a ingerir alcohol durante el resto del camino.
Estábamos haciendo una etapa del camino De Santiago allá por tierras gallegas.
Mientras nos fundíamos en un abrazo me susurró al oído...¿sabes profe? He venido aquí con la esperanza de que Santiago me ayude.
Minutos más tarde nos reuníamos con el grupo...un fraile franciscano nos esperaba para darnos la bendición del peregrino.
El otro día vi a Luis caminando por Santo Domingo. Un nuevo abrazo me hizo recordar la historia. Está estudiando una carrera. Miré sus ojos. Esta vez la miel era nítida y sin rastro de tristeza.
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