He trabajado toda la vida por intentar conseguir el bienestar de mi familia y siempre me he negado a ser un muñeco movido por los hilos de los poderosos.
Así aleccionaba el célebre D Vito, jefe del clan de los Corleone, una de las familias poderosa de la mafia en América, a su hijo Michael, el menor de los cuatro, poco antes de morir.
Contigo tenía otros planes Michael, pensaba que algún día podrías llegar a mover esos hilos, senador Corleone, Gobernador Corleone.
Un pez gordo, exclamó Michael
Don Vito miró a su hijo con tristeza. El pequeño de la familia había asumido el mando de la familia tras haberse manchado las manos de sangre por una vendetta
Pero no ha habido tiempo Michael, no ha habido tiempo.
En ese momento Michael acercó su joven cabeza a la testa de su padre, poblada de blancos cabellos mirándole con infinita ternura.
Estos días he vuelto a ver esta impresionante obra maestra del séptimo arte con mi hija adolescente sorprendiéndome del influjo que ha ejercido en ella. Le ha gustado mucho pese a no ser una película de moda. Una buena historia siempre es atemporal.
El padrino, como cualquier padre, deseaba lo mejor para su prole. Por eso siempre quiso preservar al más inteligente de sus hijos del influjo negativo. Le proporcionó cultura. Pensaba que esa era la mejor manera de sustraerse del influjo de los que mueven los hilos.
Pero los poderosos también penden de ellos. No dejan de ser meros actores en este gran Teatro del mundo donde el papel de protagonista en realidad sólo lo detenta nuestro Director. El único que nos diseñó y decidirá la duración del guión y el final de nuestra película.
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