Sentada casi al borde del raído sofá la mujerina daba vueltas a la pequeña cuartilla.Sus finos dedos índice y pulgar sujetaban el trozo de papel para luego pasarlo de un lado a otro de las esquinas acariciando las comisuras del documento a la par que jugueteaba rítmicamente con él. Inofensivo ritual que probablemente llevaba a cabo a menudo. Pese a su edad que rondaría los ochenta destilaba esa deliciosa ingenuidad infantil que sólo se percibe en las almas que aún conservan la nobleza ajenas a los estragos del paso del tiempo.
.- Cada vez somos menos.
Decía resignada
.- Y cada vez más mayores.
Esperando que llegaran el resto de las adoradoras nocturnas me senté a su lado sospechando que su conversación podría ser realmente interesante. Aquellos profundos ojos azules custodiados por pronunciados surcos hablaban de una vida plena
.- ¿Cuantas cosas haces tu Sagrario?
Pareció sorprenderla el repentino interés por una vida que ella consideraba poco interesante
.- Me gusta ir a la prisión a llevar esperanza, más que cuidar a sacerdotes mayores que aunque es una gran labor resulta más ingrata. También atiendo varios días el teléfono de la esperanza. Dos veces a la semana por la noche desvían las llamadas a mi casa. No hay mucha gente que quiera atender el teléfono por la noche, y hay muchas llamadas, sobre todo enfermos, les gusta que les escuchen. ¡Les conforta tanto!. Pero lo que más me gusta sin duda alguna es ir a la cárcel.
Sagrario hablaba de modo sereno, sus palabras transmitían una paz poco habitual en conversaciones mundanas. Sonrisa pausada, gestos mesurados, cierta resignación serena. Tono de voz firme. Hubiera seguido hablando con ella toda la noche. Me gustan las personas que inspiran.
.- Con cuatro o cinco horas que duermo es suficiente. No hace falta más. También tengo tres hijos y seis nietos. Mi marido murió ya hace algunos años.
Fue en ese momento cuando a su mirada se asomaron atisbos de tristeza.
No me lo dijo pero intuí que los días de Sagrario son mucho más plenos de lo que quiso contarme.
Llegó otra compañera más. Y posteriormente la última. Teníamos que esperar a que empezara nuestro turno de vela ante el Santísimo Sacramento. Nos pusimos manos a la obra. Mientras leíamos el capítulo que tocaba reflexionar esa noche seguí observando cada gesto de aquella hermosa mujer queriendo de verdad parecerme a ella.
Sonó el teléfono. Ya era la hora. Alguien nos estaba esperando.
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