Bajo el cielo de París debe ser delicioso pasear en Navidad, recorrer esos rincones glamourosos llenos de fascinación coqueta que exhala la ciudad de la luz.
Y este año la luz será especialmente refulgente no solo en la hermosa capital francesa, sino en toda Francia. Y es que la ley del año 1905 que prohibía la instalación de nacimientos en espacios públicos ha sido derogada. Los lugareños y turistas que transiten por las calles galas en estas fechas navideñas se toparán por doquier con representaciones del misterio, Esta hermosa tradición navideña se remonta al siglo XIII cuando el humilde San Francisco de Asís ideó representar un entrañable belén viviente en Greccio, Italia. Y es que esos belenes, que hacen las delicias de nuestros niños están cargados de simbolismo para los que tenemos fe pero también suponen una indudable manifestación cultural para la mayoría de la población.
Cierto es que el Consejo de Estado francés ha dejado claro en su dictamen que la finalidad del montaje de los nacimientos nunca podrá ser para el culto sino como elemento ornamental pero indudablemente dotará de cierto sentido a toda esta algarabía que inunda las calles estos días.
Y es que la Navidad siempre es mágica. Por doquier brotan los buenos sentimientos: los coros nos deleitan con sus más alegres repertorios, las familias se reúnen salvando distancias físicas y emocionales que se superan con abrazos plenos de reconciliación, la solidaridad brota a raudales esponjando el corazón de los que la practican y reciben y en general la gente se vuelve más buena.
Y todo gracias a un niño chiquirritín, príncipe de ternuras y portador de la Paz que toda lo aquieta. Y a una mujer valiente que desafiando a todo se fió de Dios y a un hombre discreto y paciente que superando obstáculos supo guiarles a un pueblo pequeño llamado Belén.
Mañana nace el Salvador del mundo.
Es Navidad.
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