jueves, 31 de marzo de 2016

UN CORAZÓN DE CARNE




   Acabo de conocer a una pareja que ha adoptado dos niños y ha tenido varios en acogida. También ha cuidado de varios ancianos en su casa para darles una dignidad a la espera de su muerte. Cuando les pregunté por qué hacían esto me contestaron que "Porque así debían ser las cosas""Ellos nos han cuidado y enseñado lo que sabemos y ahora es justo devolverles todo ese cariño""Nos ayudaron cuando tuvimos que operar a nuestro hijo""Gracias a su ayuda pudimos pagar las facturas del hospital, económicamente no podremos nunca devolverles el dinero pero humanamente es posible responder a su cariño con el nuestro".      Decían esto con una naturalidad serena, sin falsa modestia, con el sentido común del que vive en paz consigo mismo y con los demás.
   Y pensé en mis egoísmos y "yoismos". Cuánto cuesta una llamada de teléfono, escuchar los síntomas de esa enfermedad que alguien nos cuenta con pelos y señales, nos hartamos del otro muchas veces incluso antes de haber estado con él, nos cuesta escuchar las inquietudes del que tenemos enfrente sumergidos en nuestras pequeñas grandes tragedias. Padecemos el síndrome del "ombligo": yo me mi conmigo y con mi núcleo, no vaya a ser que se escape el calor de casina y se nos enfríe la prole así que a cerrarlo todo bien. ¡Estamos tan encerrados en nosotros mismos¡Tan cubiertos de capas y prejuicios hacia los otros!, muertos de un bienestar que narcotiza nuestra humanidad. 
Por eso a menudo siento la necesidad de mirar al cielo y decir esas palabras bíblicas tan plenas de significado. "Arráncame el corazón de piedra y dame uno de carne"

Que no deje de conmoverme como tu Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NARANJAS DE ESPERANZA