Porfirio no podía creerse lo que la vieja Manuela le estaba pidiendo. Aquella mujer menudina siempre le había parecido un ser un tanto curioso en sus ademanes y presencia física. Su porte le recordaba a uno de esos personajes caricaturescos que tan bien solía plasmar Goya en sus retratos, patizamba, pizpireta, con cuatro pelines que haciendo derroche de una habilidad pasmosa sabía sujetar magistralmente en orondo moño sobre una despejada nuca.
Manuela venía exhibiendo un enorme crucifijo en sus manos un tanto alterada.
¡A mi finado Juanillo no le gustaban los crucifijos!¡Decía que a Él le gustaba el Cristo como lo cantaba Serrat en su saeta!¡El que anduvo en la mar!Nada de clavarle en maderos!
Así que Porfirín, sepárame al Cristo de la cruz. Yo a mi Juanillo tengo que darle gusto. Siempre le obedecí en todo.¡Cómo no voy a hacerle caso después de muerto! ¡Ayyyyyyy!.
Los lamentos fueron interrumpidos por un bocinazo sonoro fruto de un encuentro nasal con el pañuelo para aliviar de mucosidades del conducto respiratorio.Porfirio, una vez repuesto del estruendo propinado por la anciana trató de serenarla.
¡Tranquila Doña Manuela no se altere! ¡Que le va a subir el ácido úrico!. Yo quitaré los clavos de ese Cristo con este alicate. El Cristo para Juanito y el crucifijo lo pondré aquí colgado en la estantería. Su misión tendrá.
Un rato después de mucha plática el buen y paciente Porfirio consiguió echar a la pobre viejita de la chatarrería. Tenía muchas ganas de quedarse sólo. Se dejó caer pesadamente en la silla de la oficina, tomó los alicates y pacientemente consiguió quitar uno a uno los cuatro clavos de metal que unían el Cristo plateado a su cruz. Colgó la cruz de una alcayata mientras un temblor le recorría el cuerpo pensando que aquella cruz destinada a adornar un féretro se quedaría una buena temporada como centinela en la oficina.
Hacía justo una semana Porfirio cegado por la desesperación había intentado quitarse la vida en aquella oficina y milagrosamente fue salvado por su amigo Lázaro que llegó momentos antes de que la última gota de sangre le mandara a vivir otra vida.
Ahora estaba vivo y aquel crucifico salvado de ser compañero de un muerto llamado Juan estaba allí con Él. Una lágrima salió de modo imprevisto de su ojo derecho.Recordó el momento en que intentó que el cuchillo seccionara las venas. Inútilmente se profirió varios cortes sin lograr que saliera una sola gota de sangre durante los primeros intentos. Estaba claro que desde arriba alguien estaba haciendo algo. No era su momento. Y la presencia de aquel Cristo era algo más que una mera casualidad. Cayó de bruces al suelo mientras le rogaba a aquel Cristo rescatado que también le rescatara a él..una vez más.
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