El viernes se fueron cuatro misioneras de la Madre Teresa de Calcuta a mano de unos desaprensivos por tierras de Yemen, doce personas más fueron asesinadas con ellas y un sacerdote raptado. Pocos lloraron su muerte o la exaltaron recordando su memoria exhibiendo lazos en algún perfil. Su crimen fue seguir al Maestro por excelencia atendiendo ancianos y discapacitados. Poco antes de ser asesinadas habían estado rezando.
Este sábado también nos dejó uno de los grandes directores de los últimos tiempos: el gran Nicolaus Harnoncourt, uno de los que mejor supo interpretar a Mozart, rompedor por muchas cosas: dado a interpretar las obras con los instrumentos originales para las que fueron compuestos, enemigo de la batuta, artesano de sonidos, investigador incansable en busca de la perfección melódica.
Son muertes distintas, violentas las primeras, serena y natural la segunda. Pero abandonos en definitiva, separaciones que nos dejan huérfanos de belleza y justicia, de arte y bondad.
Al menos tenemos las lágrimas y algunas notas hermosamente enlazadas que el gran Wolfgang Amadeus Mozart quiso regalarnos en su Requiem en Re menor para atenuar el dolor de la separación.
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