martes, 17 de marzo de 2020

FELPUDOS


Estos días de retiro cuaresmal forzoso.
De claustros domésticos.
Toca inventar entretenimientos para que el tiempo sea menos gravoso e idear formas de tonificar músculos perezosos por la inactividad.
Pensando en las ventajas de vivir en un bloque de varios pisos se me ocurrió sacarle utilidad a las escalera. Al fin y al cabo peor vida es la de los hamsters que giran en esas ridículas norias o la de esos deportistas que son capaces de pasarse largo rato subidos a una cinta que les lleva a ninguna parte.
La escalera de mi casa iba a llevarme al Olimpo vespertino de un día de marzo de forzoso encierro. Dicen que puede ser que suspendan este año los juegos pero eso no quiere decir que haya que decretar un estado de excepción para el deporte que tanto nos aporta.
Me propuse subir durante media hora un número de veces que comencé a contar. Pensaba en los paisajes gozosos que las márgenes del Bernesga me regalan cuando voy a correr. Las matas de margaritas que ahora comenzaban a ser abundantes. Hoy tan solo me recibirían lóbregos escalones fríos huérfanos de pasos. Los vecinos permanecemos confinados por miedo a la propagación. Pero me he propuesto no hablar de ello.

Así que comienzo a subir y a contar los escalones.
En el primer piso  han puesto un felpudo con un motivo curioso. Dos zapatillas que me recuerdan que puedo andar, saltar, que tengo piernas y que ellas pueden llevarme donde quiera, y que ahora, pese a todo estoy aquí haciendo deporte mientras escucho la aterciopelada voz de una cantante de jazz. Continúo subiendo al Segundo y una alfombra colorida por franjas me hace recordar las hermosas vidrieras de una catedral que volveré a ver pronto.

El tercero me lleva al rellano de mi propio descansillo y la negra estera de goma de mi vecina de al lado me recuerda que no a todo el mundo le gusta el colorido a sus pies.
Continuó el ascenso a la cima de mi edificio y me planto en el cuarto donde mi vecina Maricieli ha colocado un felpudo con profusión  de mariquitas y hojas que bien podrían hermanarse con las matas de margaritas que me esperan a orillas del río . Pero estos días no es posible escaparse por allí. Algunos se han ido con la excusa de pasear al perro y se han llevado una multa de la policía que sanciona por incumplimiento de las normas del estado de alarma. Mucho se ha bromeado con eso de tantos paseos a cánidos en vaivén constante. El humor nos salva estos días.
El quinto me recibe ahora ya un poco fatigada por el esfuerzo. Son muchos escalones y el cuerpo inerte casi de ejercicio acusa el esfuerzo. Un felpudo descolorido con dos perros infantiles serigrafía dos aunque ya borrosos, delata a los dos pequeños que allí residen: Diego y Adriana. Les costó nacer. Pero el esfuerzo de sus padres y el tesón de los terapeutas ocupacionales les han remontado a la vida. Me les imagino correteando revoltosos por los pasillos de casa. Estos días no hay parque, ni paseos, no hay merienda a la salida del cole ni carreras para venir a casa. 
Una alfombra con pictogramas árabes saluda a la entrada del inquilino del sexto. Le gusta hacer viajes exóticos sin salir de casa gracias a las plantas que abona en su jardín. Toda la casa huele a esas plantas. Pero creo que nadie sabe cómo evitarlo.
Corono el ascenso en el séptimo. Una familia numerosa y animosa. Carlos trabaja en el hospital. Es de esas  personas que siempre te reciben con una sonrisa al entrar en el portal mientras te abre la puerta cargando con cinco bolsas y un montón de cachivaches que trae del pueblo. Su mujer dice que por él invitaría todos los días a la familia al completo. El rellano de su escalera es la perfecta expresión del calor y dicha familiar que siempre irradian. Un felpudo de fondo verde embellecido con banderolas de colores a la manera de las que cuelgan en la fiesta de mi pueblo. Y un esperanzador mensaje con tipografía infantil reza lo siguiente: aquí se celebra todo. La ventaja de ser el último te da libertad  de acción para  hacer de tu capa un sayo.
Ellos han colocado un perchero con un paragüas quizá para resguardarse de la que está cayendo.
Las escaleras continúan hacia arriba pero es imposible el ascenso. Una puerta de rejas cierra el paso. De momento el ascenso está vedado. 
La celebración, como dice la familia de Carlos, está dentro.
Fuera nos esperan las margaritas, el río, los parques y la Primavera que pronto vendrá para instalarse.
Mientras tanto sólo queda seguir subiendo los escalones que nos llevarán a la cima. Eso sí. Resguardados.
Por cierto entre tanto felpudo narrativo se me olvidó contar escalones, pisos y gestas deportivas.
Nunca acierto cuando hay números de por medio.
O será que esta situación triste y absurda me ha robado las ganas de cumplir sueños y me asalta la duda de si merecerá la pena contar otra cosa que no sean penas.
Quiero pensar que de todo esto saldrá un bien.
Y que, como siempre digo, el de arriba lo tiene “todo estudiado”.
Cuarentena incierta, calma tensa, suspensión tendida al abrigo de las paredes.
Fuera nos espera la vida esperanzada a nuestros pies como la novia que espera al final de la roja alfombra nupcial.


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