Dédalo me lo había asegurado mientras, disimuladamente, me pasaba la caja que contenía las alas , por debajo de la mesa, a la hora del almuerzo.
. – Tómalas. Te estaban esperando.
Eso dijo con sus escrutadores ojos saltones.
Aquellos mismos ojos que me desnudaron la noche en que ingresé, enfundada en camisa verde, en el pabellón número 14 del psiquiátrico Santa Isabel.
.- Tu si vas a poder escaparte. Aún estás a tiempo, reina del cielo. No serás abrasada.
Cuando las vi no me cupo la menor duda. Volaría.
Abrí la ventana…
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