Este año tengo ni más ni menos que cuatro cuarenta más dos almas a mi cargo. (442 alumnos)
Cuando os conté no pude evitar acordarme del célebre Juan Luis Guerra y los cuatro cuarenta.
¡Como que me subió la bilirrubina la primera vez que hice el recuento!
Parece ser que todos los "profes" tenemos mote y creo que el mío podría ser este: Marta y los cuatro cuarenta...mas dos...
No es algo que me quite demasiado el sueño pero si me genera cierta inquietud miraros y no poder llamaros por vuestro nombre.
Y es que el nombre es un identificador que marca la personalidad e incluso me atrevería a decir que imprime carácter.
Vienen a mi memoria varios nombres de mi entorno: aquel que sabe a brisa de atardecer, ese otro rotundo que marca paso al pronunciarlo, aquel en el que me recreo dulcemente dejando transcurrir dócilmente los minutos o ese tan cortito que trasluce la humildad de la criatura que lo lleva.
Llamarle a alguien por su nombre es mimarle, reconocerle, alabarle, devolverle identidad, singularizarle, rescatarle de un anonimato hiriente, respetarle.
Por eso me empeño tanto en insistiros en que coloquéis el letrerito sobre la mesa con los caracteres que forman vuestro nombre escritos. Eso me permite rescataros del gentío anónimo. Así puedo creerme que os conozco de toda la vida y que puedo aspirar a tocaros de una manera u otra el corazón.
A el Jefe le gustaba llamar a los suyos por su nombre y cuando quería encargarles una misión importante les cambiaba de nombre como al bueno de Pedro. De Simón a Pedro. Gran tipo este Apóstol. Rebelde impetuoso que pese a negarle repetidamente se convirtió en la piedra angular de la Iglesia. El primer Papa. Casi nadie.
Por eso tened paciencia.
Miraré una y mil veces vuestras fotos hasta que logre memorizar cada uno de vuestros nombres y asociarlos a vuestras caras idetificandolos con vuestras miradas. Esas que cada día me regaláis envueltas en sueños y esperanzas.
Desde mi ventana cuatro cuarenta más dos caricias mis queridos VIP.
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