Cuando Miguel Ángel les pintó en la Capilla Sixtina tenía muy clara su intención al decidir dejar tan poco espacio entre ambos dedos. Reflejar al hombre y a la mujer diseñados por la mente del Creador como anhelando acercarse a Dios. Plasmar un ser humano que quiere ser semejante a él, muy semejante....pero humano, mortal y frágil...inevitablemente frágil.
Toda nuestra vida la pasamos intentando comprenderlo todo, cada uno de los acontecimientos que jalonan nuestro día a día, las personas que pasan por nuestra vida, las decisiones que nos afectan.
Queremos inútilmente desentrañar los entresijos de nuestra existencia, desfacer todos y cada uno de los entuertos en los que nos vemos involucrados.
Pero como Él dijo por más que nos empeñemos "no seremos capaz de añadir un solo codo a nuestra estatura".
Cuando esta mañana te vi solitario y cabizbajo añadí a tu desazón la contrariedad de llamarte de tus dos nombres justo por el que no te gusta. Por eso no quisiste hablar conmigo y aceleraste el paso. Te alcancé sin embargo, e intenté entablar conversación contigo. Pero estabas lejos...muy lejos. Pensabas en tu familia dispersa. Una madre a la que no has conocido porque te abandonó a tu suerte, un padre al que apenas ves y a tus hermanos diseminados por toda la geografía. Es por eso por lo que días antes te habías sentado en el suelo en mitad de la clase para reclamar una atención.
¡Estoy aquí!
Un grito de desesperación clamando por una caricia, aunque viniera envuelta en el parte disciplinario que no quise ponerte.
¡Ojalá pudiera ayudarte!
Pero no soy Dios y no puedo nada...o casi nada....
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