Hace algunos días publiqué una jugosa conversación que disfruté con Laura.
Fue enseñanza de esas que se te enredan en el alma y juguetean durante el día en la mente para centrar el intelecto en lo esencial de la vida alejándonos de nuestra posición de ombligos resentidos.
A Laura le gustó el post que escribí, y tuvo la gentileza de enviarme unas reflexiones unos días después.
Ahora, con su permiso, y por el gran valor de su valiente testimonio publico lo que ella escribió tal cual llegó a mis manos. Gracias por tu confianza Laura, un honor contarme entre tus amigos.
UNOS SEGUNDOS SIN
OXIGENÓ Y TODA UNA VIDA DE CONSECUENCIAS
Se dice que un niño da sus primeros
pasos a partir del año y medio, mis primeros pasos fueron más tardíos, pero
mucho más esperados. Nací un 16 de julio de 1971 , un parto difícil, en el que mi vida
quedo marcada con una parálisis cerebral, unos segundos de falta de oxigeno, y
toda una vida de consecuencias.
Me gustaría que intentaseis pensar
lo que es una infancia sin juegos, sin carreras, sin caídas, sin patadas a un
BALÓN, o peinar a las muñecas, saltar a la comba, jugar al escondite O a
cualquier. Juego que el resto de los niños de mi edad jugaban. “Soñaba, añoraba
y lloraba” por ser como mis hermanas.
Mi familia día a día se preocupaba
por mí, yo era lo primero en todo, me hacían sentir muy importante; así como en
la calle me sentía de menos, mi familia siempre intento suplir ese sentimiento
arropándome en todo momento.
“preocupación,” de unos padres, que
poco a poco tienen qué aprender lo que es esta enfermedad, a asumirla primero y
así ayudarme a mí hacerlo, lleva a buscar los mejores cuidados para buscar
desesperadamente una mejora en las condiciones de mi vida.
Con cuatro años llego a un centro
situado en Bilbao, especialista en tratar (casos como el mío) también hay que
entender que en “Aunque en aquellos años los avances no son como ahora, ese
internamiento..” pero ese internamiento, esa estancia“ en aquel centro” me
enseñó a afrontar mi enfermedad, a luchar contra ella, a controlar dentro de lo
posible mi cuerpo, mis movimientos, a leer (a ser lo que ahora soy “a ser toda
una superviviente” es decir, a ser todo lo que ahora soy”
A los ocho años me operaron de los
pies, (concretamente de los tendones de Aquiles) ya que no era capaz de andar,
y esa operación marcó un antes y un después. Por fin, y con un poco de retraso,
di mis primeros pasos y los recuerdo perfectamente ya que fue el día antes de
hacer mi primera comunión.
Después de un sin fin de ejercicios
para aprender a mover mis músculos, mis pies, mis manos, baños en la piscina,
consultas con el logopeda para vocalizar mejor, visitas de psicólogos y
maestras que nos daban clases a diario, mi periodo en Bilbao terminó.
A los catorce años volví a mi
pueblo, después de diez años fuera y con la recomendación “de mi antiguo
colegio, empecé a acudir a las escuelas municipales aunque con muchas trabas”.
Allí me encontré con un sistema que no estaba preparado, con unas maestras sin
intención de esforzarse y con una de las primeras discriminaciones que tuve que
asumir, “Aunque el sistema no se adaptase, siempre hay personas que se
adelantan, como mi maestra María, que traía preparadas de su casa las clases
para mí; su atención quedará en mi recuerdo para siempre”
Si difícil es la niñez, la llegada
de la adolescencia, como para cualquiera, supuso un sin fin de rabietas, no por
sentirme como los demás, sino por qué los demás me sintiesen como ellos, con
ganas de salir, de divertirme, y como no de enamorarme, de experimentar, de
investigar, de saber o hacer como si sabes, de ponerme vestidos nuevos, de maquillarse
por primera vez, de tener una confidente, de salir con mi grupo de amigas…pero
eso estaba limitado ya que mi entorno, no entendía mi enfermedad, no les culpo,
pero en aquel momento me dolía su falta de solidaridad y de empatía, que
afortunadamente suplía con mi familia, en especial con mi hermana Gemma,
hermana, amiga y confidente.
Si enumerase los cambios que estos
años han cursado en mi vida, destacaría la serenidad, la filosofía de
enfrentarme a todo lo que me sucede, nunca diría que asumo plenamente mi
enfermedad o que soy consciente, pero si he aprendido a convivir con ella, a
quitarme todos los complejos, la vergüenza, o la impotencia de que me mirasen
diferente. Ya no tengo las preocupaciones de si salgo o entro, de si me hacen
caso o no, me preocupa mi futuro, como a todos, la incertidumbre de lo que
pasará, pero sé que saldré victoriosa como del resto de etapas que he vivido,
por que sé que cuento con personas que me apoyan, que están a mi lado, y ante
todo, por qué he aprendido a vivir el presente, y eso es lo que todos, sin
distinción, debemos hacer: vivir el presente y disfrutarlo al máximo.
LAURA MONJE DEL
CASTILLO.
SANTA
MARIA DE GORDON.
LEON.
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